Sunday, February 11, 2018

Dos Columnas sobre Comisión Estatal de Elecciones




Los pasos de Rafael        

Escrito del periodista Benjamín Torres Gotay en el periódico El Nuevo Día del 11 de enero de 2018 disponible en la dirección electrónica  https://www.elnuevodia.com/opinion/columnas/lospasosderafael-columna-2397731/



Cuando salió de Aguadilla en una jaquita baya (que quería que le condujera otro, como recordaremos siempre), nadie habría podido imaginar que, cuando estuviera todo dicho y hecho, el Rafael Ramos Sáenz ese, conocido hasta hace menos de un mes solo en las lúgubres cavernas subterráneas del partido en el que milita con tanto fervor, iba a terminar dándole una lección tan importante al pueblo de Puerto Rico.

Los pasos de Rafael, las omisiones de los que anduvieron cerca de él –se quedaron en cómplice silencio y, sabiendo de la pata que cojeaba, lo sacaron del anonimato y lo exhibieron ante el país para que lo viéramos a contraluz–, nos pusieron a los puertorriqueños a mirarnos en un espejo deformado que revela mucho de lo bajo que hemos caído como sociedad.

Vean: este señor Ramos Sáenz era juez. Era de esos señores que se visten de toga, se suben a un estrado a unos pies sobre los demás mortales y desde allá pueden hacer y deshacer vida y hacienda, con el accionar rotundo del mallete. Es una responsabilidad, como sabemos, de la mayor gravedad.

Siendo juez, se le asignó presidir la junta electoral local de Moca en las elecciones pasadas.

Fue ahí que decidió deshonrar la toga, ponerse en vergüenza él mismo, a su clase, a su país, y meterse al equipo del Partido Nuevo Progresista (PNP), en vez de cumplir la función de árbitro que le encomendamos todos nosotros a través de las leyes, reglamentos y normas que rigen nuestra vida colectiva.

En vez de velar por la pureza del proceso, como le manda el puesto al que juró con la mano sobre la Biblia, se puso a velar que al partido de su corazón, al que le debía su puesto de juez y del que esperaba mucho más en la vida, le fuera mejor que a los otros.

Así quedó expuesto en blanco y negro en un chat por WhatsApp del equipo electoral del PNP, que fue revelado el lunes por el senador Aníbal José Torres y que, al día siguiente, le costó a Ramos Sáenz el puesto de presidente de la Comisión Estatal de Elecciones (CEE), en el que se había inaugurado con confeti, fanfarria y agradecimientos a Dios apenas 16 días antes.

Esas son actuaciones de una gravedad inusitada. El juez Ramos Sáenz violó ahí cuanto principio ético se pueda uno imaginar. Nuestra democracia está ahora mismo bastante venida a menos. Pero algo es algo, es lo que tenemos y es preferible la barbarie total a la que parecería que nos quieren llevar.

Ramos Sáenz, quien ya no es juez porque fue suspendido y ojalá deje pronto de ser abogado también, actuó aquí como el mal empleado de restaurante que escupe la comida de otros. Solo que no fue un mofongo a lo que escupió, sino a la indispensable confianza del pueblo en las instituciones.

Pero, bueno, vamos, tampoco hay que ser excesivamente duro. No hay persona ni sistema perfectos. Para eso es que existen salvaguardas.

Es como las leyes: se supone que nadie mate, pero ya que hay gente que lo hace, hay leyes para atenderlo.
En el caso de los abogados, las salvaguardas están contenidas en el Código de Ética Profesional, que les impone a los letrados la obligación de conducirse de manera honorable, de velar por que sus colegas también lo hagan y de denunciar al que falle.

Así se lo dijeron clarito en el Canon 38 del Código: el abogado está obligado a “denunciar valientemente, ante el foro correspondiente, todo tipo de conducta corrupta y deshonrosa de cualquier colega o funcionario judicial”.

¿A qué viene esto? Viene a que, en el chat en el que Ramos Sáenz se desnudó como un politiquero indigno de vestir la toga, participaron, según ha trascendido, cerca de 50 personas, incluyendo por lo menos a dos abogadas, ninguna de las cuales dio la queja a nadie.

Estas abogadas son Itza García y Waleska Maldonado. Las dos tienen ahora altos puestos en el gobierno. Pasaron de la barricada político partidista a ser subsecretaria de la Gobernación y jefa de la Administración para el Sustento de Menores (Asume), respectivamente.

Se menciona en el chat a un tal William, que muchos dan por hecho que es el secretario de la Gobernación, William Villafañe, quien también es abogado. Hay otros funcionarios de gobierno de los que se dice que también estaban metidos en el chat, pero no está ahora mismo del todo claro.

El Departamento de Justicia y el Senado investigan, pero está por verse todavía si con voluntad de llegar con esto verdaderamente hasta las últimas consecuencias.

Por el momento, todos los implicados conocidos y por conocer han cogido en esto guille de FBI: ni niegan ni confirman. Esta denuncia se conoció el lunes, hace hoy siete días. Al momento en que se escribe esta columna, sábado de madrugada, ninguno de los implicados o posibles implicados en este tremendo escándalo ha salido públicamente a explicar. O no les importa, o no les da vergüenza, o creen que la controversia se esfumará solita, como tantas otras, o que nos olvidaremos, o quién sabe qué.

Vean esto en orden y traten de no indignarse: un juez nos traiciona a todos al confabular con un bando en una contienda en la que se supone que fuera neutral; todo el que lo ve, incluyendo abogados, le ríe la gracia, lo estimula, lo aplaude, se une a la traición; algunos de esos que tan poco juicio y moral demostraron al ver al juez enlodándose así, sin hacer lo que correspondía, son nombrados después a importantes puestos en el gobierno, a encargarse del bienestar de todos nosotros y, encima de todo eso, el gobernador Ricardo Rosselló designa a Ramos Sáenz a la presidencia de la CEE, donde de seguro venía con la intención de intentar a nivel de todo el país las traiciones que ejecutó en el pequeño universo mocano.
Nos dio bien duro esta gente.

Mancharon todos, en el camino, la confianza en dos de las instituciones más preciosas y valiosas que tiene cualquier sociedad que se presume de democrática y de “ley y orden”: sus cortes y su sistema electoral.
Demostraron también que se puede actuar de manera inmoral, irrespetar las reglas, las leyes y las instituciones, tomar ventajerías, y eso no impedirá que a uno lo nombren secretario de esto, jefe de aquello o presidente de lo otro, para que entonces la familia nos quiera más, nos saquen una foto oficial y le pongan después el nombre de uno a la escuela de nuestro barrio.

Después osamos preguntamos por qué es que en este país nadie cree ya en nada.


Columna de la periodista Mayra Montero en el periódico El Nuevo Día del domingo 11 de febrero de 2018 y disponible en la dirección electrónica
No se enfrentan los dirigentes del partido en el poder a causa de las diferencias que han tenido por el cambio de fichas en la Comisión Estatal de Elecciones. Esa es la consecuencia. Pudieron haberse enfrentado con cualquier otra excusa. La verdadera causa de la fractura está en el menoscabo de los poderes de la Asamblea Legislativa, algo que se les hace insoportable a los presidentes de ambos cuerpos.

Saben que su influencia se reduce vertiginosamente, y su capacidad de reacción queda relegada a esos patéticos alardes con que se oponen a las medidas que les envía el Gobernador. O con los que desafían el veto a una ley tan absurda como la del extremismo religioso.

Ya que no se pueden rebelar contra la Junta de Control Fiscal, se desquitan con el que está inmediatamente por encima de ellos, que es Rosselló. Es por eso que la tensión se puede cortar con un cuchillo. Es muy grande la amenaza que se cierne sobre los líderes legislativos y sus lugartenientes. Impedidos de repartir prebendas o contentar a la gente que los apoya, olfatean, además, el fin de la Comisión Estatal de Elecciones, tal como la conocemos. Crece el clamor para que la desmantelen, y el desenlace está a la vuelta de la esquina.

Ni al Senado ni a la Cámara les han consultado el contenido del Plan Fiscal revisado que debe estar listo mañana. No los han tomado en cuenta en un país donde solían ser los grandes portadores de la última palabra. Se sienten humillados, y reaccionan como fieras heridas, erizándose y gruñéndole al que se les acerca. Dispuestos a saltar por lo que sea. Por el soberano chisme en la CEE, por ejemplo.

Mientras tanto, el destino político de la Isla se decide fuera, y no escuchamos ninguna proyección, no se comparten ideas, ni surge una interpretación realista de la gente llamada a explicar este crudo escenario.

En nuestras narices se está dando el principio de un gran reordenamiento ideológico en Puerto Rico. “Life is what happens while you are busy making other plans”. Esa es la recurrida frase de John Lennon, de la que suelo huir, pero que en este caso cae como anillo al dedo.

La vida está pasando en el Congreso (y en otros círculos: mitad locales, mitad extranjeros), mientras aquí nos sulfuramos por temas inconsecuentes, nos tiramos de las greñas por veleidades electoreras. Resulta infinitamente difícil —cuando no imposible—, para mucha gente, imaginar la vida sin campaña electoral, o con una campañita hueca, donde no se decide nada importante, porque el control y el poder auténtico durante por lo menos diez años, los van a ostentar otros. Y cuando pasen esos diez años, a ver cómo ha cambiado el mundo y la manera de pensar de los habitantes de la Isla. Los adolescentes, jovencitos de hoy, serán para entonces adultos. Toda una generación de ciudadanos maduros, que hoy participa de esa batalla estéril de la guerra entre partidos, y aun de sus propias luchas intestinas, serán, por su parte, ancianos desplazados para siempre de la vida política.

En cuanto al independentismo y el soberanismo, que para el caso es lo mismo y se limita al flujo y reflujo de dos o tres partidos alternativos, me pregunto, y les pregunto: ¿cómo superarán este incremento trepidante de la dependencia, que ahora tiene su climax en los más de $15,000 millones que han sido destinados a Puerto Rico, y en los multimillonarios préstamos, a intereses de fantasía, de la Small Bussiness Administration? ¿De verdad creen que es posible adelantar una agenda soberana en esta coyuntura? Descartada la estadidad (en el Congreso abominan de que se la mencionen); descartado el desprestigiado concepto del ELA (el verdadero fantasma sin cabeza de esta opereta); y descartada la independencia (únicamente viable, como ya es evidente, cuando Estados Unidos lo decida, quizá dentro de diez o quince años), ¿por qué los políticos insisten en mantener un discurso surrealista, aferrado a la negación?

El monstruoso meteoro que fue María parece haber echado por tierra los cimientos de muchas de las teorías que daban por hechas casi todos los políticos de todas las tendencias. Se han quedado en la discusión bajita. En la cotidianidad pasajera de si FEMA trajo o no trajo suficientes toldos. Si le dio contratos para la comida a tal empresa. Si los postes llegaban de China o de Puerto Cañaveral. Llegará todo de donde ellos quieran, ¿con qué narices vamos a reclamarles?

Al fin y al cabo, ése no es el punto.

Puerto Rico nunca había estado tan “ocupado”, ni siquiera cuando desembarcaron las tropas estadounidenses por la bahía de Guánica. Y el caso es que no se trata de una “ocupación” al uso, llena de hostilidad y repudiada por la mayoría de los ciudadanos. Lo que tenemos en la Isla es un tsunami de agencias federales, a las que nadie se atreverá a decirles que desocupen. Porque podrían complacer el pedido muertos de la risa. ¿O alguien lo duda?

Es necesario que el dinero asignado a Puerto Rico por el Congreso, una cifra colosal en cualquier liga y para cualquier país, sea regulado por la Junta de Control Fiscal, y en apego a las disposiciones de la Ley federal de Quiebras, custodiado de cerca por la jueza Laura Taylor Swain. Lo contrario sería tirarlo en una bolsa en el patio de La Fortaleza, como una piñata, para que cada cual tire hacia donde le dé la gana.

El Gobierno, sí, que lo reparta; que lo haga llegar a su destino; que lleve a cabo ese manejo burocrático que alguien tendrá que hacer y le agradeceremos mucho. Pero hasta ahí. Ocuparse de partir el bacalao, no. Sería un crimen. El crimen del bacalao, título de una novela de terror. 




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