Sunday, February 27, 2011

Tio Pupo II

El día de la muerte de Tío Pupo, declamó un poema para la Fiesta de los Vera. Su poema se titula El Muerto. Escrito en los últimos dos años y presentado públicamente ese día, el de su muerte. Cumpliendo la promesa que le ofrecí a uno de sus hijos lo reproduzco en su honor.


El Muerto


Yo me hice el muerto un día,
para ver quién me cargaba,
recibí tantas patadas,
que creí que me moría.

Con un ojo semi-abierto,
a mi alrededor miraba,
para ver lo que pasaba,
después que uno está muerto.

Yo paraba las orejas,
para escuchar lo que se hablaba,
mientras unos me alababan,
otros por poco me queman.

Llega uno de mis hijos,
llorando y fingiendo pena,
me sacó los últimos pesos,
que tenía en mi cartera.

Viene otro de mis hijos,
con un rosario en las manos,
me llevó el reloj, la cadena y la pulsera;
y allí me puso el rosario.

Se reúnen todos mis hijos,
cerca de mi cabecera,
por poco salen peleando,
distribuyendo la herencia.

Y llega la hija mía,
la menos interesada,
y a los otros reclama,
las cosas que ella quería.

Ya la lechonera es mía,
quiero la finca también,
y para administrar mejor,
yo quiero mi Mercedes Benz.

Sentí el amor de mi vida,
que cruzó largas distancias,
me dio un beso en la mejilla,
mientras sus ojos sangraban.

Son promesas del pasado,
que duermen en nuestras almas,
yo también haré lo mismo,
cuando le llegue su parca.

Veo llegar mi chillita,
con su cuerpo de guitarra,
y en mi oído susurraba,
Ay Vera Vera, quien limpiará mi finquita.

Ahí yo metí las patas,
me olvidé que estaba muerto,
la estreché entre mis brazos,
y lo demás imagínenselo porque no les cuento.

Cuando uno estira la pata,
nada debe de dejar,
pone a tus hijos a pelear,
y a tu chilla le limpian la finca, la parcela y hasta el huerto casero.

Si acaso no dejas nada,
no te debes preocupar,
siempre te van a enterrar,
alguien aporta la caja.

Por el Lcdo. Juan José Vera González

Wednesday, February 23, 2011

Tío Pupo

La muerte es uno de los procesos más significativos para los seres humanos. Observar como mueren miles de personas al día, por diferentes razones, puede pasar por alto muchas veces. Lo cotidiano rompe cuando la muerte toca una de las figuras más cercanas en la vida de un ser humano.

En esta semana experimento ese proceso. El hermano mayor de mi padre, el Lic. Juan José Vera González, o mejor dicho Tío Pupo, ha muerto. Tío Pupo representaba uno de los pilares de mi familia paterna. Se hizo cargo de la familia cuando era apenas un pre adolescente. Ya a los trece años trabajaba de sol a sol por conseguir el pan para que sus demás hermanos menores que él, entre ellos mi padre, tuvieran lo mínimo para sustentarse. Trabajo en la caña, fábricas y, ya en su adultez temprana se hizo, policía. Siendo un adolescente viajo a Estados Unidos a trabajar. Es allá donde concoe a una cayeyana que le lleva a vivir a esa zona de la Isla.

En Cayey vivió en una comunidad llamada El Polvorín. Recuerdo que siendo muy niño, de apenas cinco años, llegué a ir al Polvorín como parte de la visita de mi padre a sus hermanos. Luego se mudó a una urbanización frente a los portones del antiguo campamento del ejército en Cayey. De hecho, recuerdo que mis primos y prima pasaban horas junto a los guardias militares. Más tarde esas instalaciones pasaron a la Universidad de Puerto Rico en su Recinto de Cayey.

Uno de los momentos más importantes en el año, era cuando se organizaba una parranda para llevarla a Pupo. Todo el mundo en la familia partía cerca de las seis de la tarde para llegar a las once de la noche, por toda la carretera vieja de Ponce a Caguas. No obstante, nadie se cansaba. La parranda una vez llegaba era hasta el otro día. No se salía a ninguna otra casa. Toda la noche en el mismo lugar. Los más chicos pasábamos al ritual de dormir cerca de las doce y, cuando despertábamos, todavía estaba la parranda.

De policía tío Pupo tuvo un accidente en una persecución. El accidente provocó que tuviera que dejar la oficialidad. Pero decidió estudiar hasta llegar a la escuela de Derecho de la Universidad Interamericana y aprobó la reválida en su primer intento. Siempre dijo que la pasó por el “passing grade”, mejor conocido como el mínimo. Desde que abrió su oficina nunca la relocalizó. Decidió ampliar la residencia cuando abre el Recinto de Cayey y construir hospedajes para pupilas. Con ello combinó su oficina legal con las hospederías. Más tarde, junto a uno de sus hijos, abre El Mirador. Una especie de “pop” cuando aún este concepto no estaba de moda allá para finales de los setenta. Con ello tenía tres negocios: la oficina legal, el hospedaje y el “pop”. Estos negocios le abrieron un espacio y le brindaron resultados extraordinarios.

Tres son sus hijos de primer matrimonio: Gladys, Mickie y Johnny. Junto a Mickie y Johnny pasamos muchos momentos interesantes. Del segundo matrimonio nacieron Chepo y Alexis. Mickie le dio su primera nieta y Gladys la segunda, Mariela. Pupo decía que Gladys y Mariela eran la luz de sus ojos. Mickie le brindó otra nieta y tres nietos. Johnny por su lado trajo a Jean Paul. Chepo aportó tres nietos. El menor de sus hijos Alexis trajo el más joven de los nietos.

Otra anécdota especial fue cuando me fui a casar. Tío Pupo aportaba su “Cadillac” para llevar la novia y luego los tórtolos. No obstante, algo ocurrió y no llegó a buscar la novia a su casa. Fueron muchas las conjeturas. Entre ellas que paraba en cada barrita a tomarse una cerveza y luego se confundió de salida. No obstante, llegó a la Iglesia de Moca. Allí esperaba el “Cadillac” con dos sorpresas: una pegatina en el cristal posterior del Partido de la Renovación del Dr. Hernán Padilla (pues tío fue uno de sus líderes en Cayey) y un baúl lleno de litros de ron del campo. Tío nunca olvidaré eso.

La segunda anécdota fue mucho más cercana. Para 2008 Tío acababa de escribir una novela y deseaba publicarla. Había ido de una a otra casa editora, pero nadie le brindó la oportunidad. Entonces un día llegó a casa y me pidió ayuda. No le prometí nada sólo que llamaría a mi casa publicadora. Al día siguiente llegó a Río Piedras y su novela está publicada por Publicaciones Puertorriquenas: Los Siameses. Llegó con mucho orgullo a regalarle a mi papá el primer ejemplar.

Una de las características que todo el mundo conocía de tío Pupo y muchos decían: era muy dulce para las mujeres. Tenía ese atractivo natural que, sin importar la edad, las mujeres se rendían a sus pies. Muchos consideran que era su temple, comprensión y el saber escuchar fueron sus armas de seducción. Nunca conocí datos que me dijeran que esas conjeturas sobre Tío eran ciertas. Lo que sí sé es que el día de su muerte hizo alocución de un poema que recogía parte de su vida y menciona la chilla.

Todos los años se realiza una actividad que reúne a la Familia Vera de toda la Isla. Tío Pupo siempre fue a la misma y usualmente leía poemas. El 20 de febrero de 2011 fue su último recital. El poema trata de una persona que se hace el muerto y comienza a observar a todos sus hijos y familiares buscando algo del muerto. Al final hace alusión a la chilla, y decide levantarse.

Tío Pupo nos decía que deseaba morir en fiesta, bebelata y de un ataque al corazón. Así se le dio. Gracias por ser haber sido mas que un Tio.