Columna del escrito Eduardo Lalo en el periódico El Nuevo Día del sábado 19 de enero de
2019 disponible en su versión digital https://www.elnuevodia.com/opinion/columnas/eltiempocomocatastrofe-columna-2471731/
El tiempo se ha convertido en una tenaza, en un instrumento que aprieta
y ahoga. Hemos descubierto que no todos los años son iguales ni contienen la
misma cantidad de cosas. A veces, como ha ocurrido recientemente, la tenaza del
tiempo presiona y un lustro o dos parecen ubicar en sus extremos a generaciones
con vidas muy diferenciadas, en lugar de un único grupo humano. Los años, de
ayer para hoy, se han hecho violentamente cortos y simultáneamente vastos, y lo
que más se parece a ellos es una caída libre dentro de un barril sin fondo.
Tan solo hace cuatro o cinco años, mediado el cuatrienio de Alejandro
García Padilla, casi todos los políticos, incluidos el gobernador de entonces y
el de hoy, aseguraban que la desmesurada deuda gubernamental, cuyo monto entonces
nadie podía o quería precisar públicamente, se podía pagar en su totalidad. La
actual comisionada residente hace menos de dos años declaró famosamente que en
su familia le habían enseñado a cumplir. Hace meses, luego de mudarse a
Washington y de haber estrenado una guagua de lujo, prefiere apoyar el muro
fronterizo de Trump o satisfacerse con la cercanía inminente y fantasmal de
nuestra anexión, que hacer una sola referencia a la deuda.
Algo parecido ha acontecido con el gobernador, que pasó de ser el
candidato idóneo para colaborar con la Junta de Control Colonial a un
gobernante especializado en arrastrar los pies ante ella. Nuevamente, el tiempo
resulta demasiado pesado y cada día se convierte en una masa de granito. La
obra del gobernante debe concentrarse en la resistencia al cambio y por ello su
administración clava los pies en la tierra ante cualquier pedido de la Junta.
Todos los documentos solicitados, todos los planes, todos los proyectos de
presupuestos, todos los presupuestos mandados a revisar no cumplen con lo
requerido. La pugna entre el gobierno y la Junta se asemeja al encuentro entre
dos capas tectónicas en las que una de ellas se empeña en que el terremoto de
enorme magnitud se produzca luego de noviembre de 2020. Esto, quizá, sea lo único
que este gobierno podrá considerar como un éxito.
En una escala menor se reproduce este esquema entre las ramas del
gobierno. El presidente del Senado y el gobernador se enredan en sucesivos
conflictos que pretenden crear las ilusiones de poder real e independencia de
criterios, mientras construyen con leyes y contratos las elevadas torres en las
que esperan sobrevivir al maremoto. Estos últimos cuatro o cinco años, el
tiempo denso que sufre el país ha hecho que vivamos un huracán María en extrema
cámara lenta. Los minutos se han convertido en días y noches, los cuartos de
hora en quincenas, las horas en meses. El ojo de esta María ralentizada todavía
no llega a nuestras costas, pero los meteorólogos ya saben que su golpe será
inevitable.
Hace cuatro o cinco años, cuando gobernaba García Padilla y la Junta se
anunciaba, todavía vivían aquí decenas de miles de puertorriqueños que se
transformaron enrefugiados y residentes de Estados Unidos. Este tiempo denso ha
sido tan corto que todavía los recordamos como si nunca hubieran partido. No
obstante, nada volverá a ser igual entre nosotros, porque cualquier encuentro
futuro estará condicionado por las fechas estampadas en los pasajes de su
exilio.
Si estos cuatro o cinco años han sido esto, ¿qué serán los próximos? Si
este tiempo ha sido de granito, ¿cómo será nuestra vida luego de una década de
piedra? Si en estos años inmediatos hemos perdido derechos y beneficios,
contratos y empleos, seguros de salud y fondos de pensiones, ¿cuáles serán las
pérdidas luego de las resacas de un par de las Navidades más largas del mundo?
Hace tan solo unas semanas, con los pies clavados en la tierra, la legislatura
dominada por el PNP estuvo dispuesta a hipotecar cuatro décadas para satisfacer
a algunos bonistas de Cofina y atrasar así por un puñado de sesiones
legislativas la reducción de sus privilegios. Otras áreas del país no disponen
de este lujo ni de esta cara dura: el sistema de educación pública, las
autopistas y aeropuertos, los once recintos de la Universidad de Puerto Rico,
se han convertido en áreas costeras que las marejadas erosionan, en techos que
tabla a tabla se desprenden, en inundaciones que subieron por la marquesina y
ya cubren las patas de los muebles y han desgraciado las neveras y las
lavadoras.
El tiempo se ha convertido en una catástrofe, que es lo mismo que decir
que nos ha atrapado la historia. Cada cual a su manera, incluyendo la casta del
privilegio político, adoptamos la estrategia de vivir en lo inmediato. Muchos
se concentran en lograr la próxima compra o la próxima mensualidad de la
hipoteca y los políticos dirigen sus miras al próximo tumbe. Para ellos el tope
ahora es permanecer en el puesto cueste lo que cueste. La gestión del Estado es
defensiva, sus esfuerzos se centran en cavar trincheras y acaparar víveres para
resistir al sitiado y el huracán en extrema cámara lenta que se extenderá por
décadas.
Hace cinco años, muchos, muchísimos puertorriqueños no querían ver lo
que venía para seguir alimentando sus vicios. Hoy ocurre lo mismo. Por eso la
historia nos atrapa una y otra vez. Incapacitados y renuentes, en extremo poco
generosos y abiertos para crear un nuevo proyecto colectivo que no sea una
ensoñación partidista, el tiempo se nos ha transformado en catástrofe.