Columna del escritor Eduardo Lalo en el periódico El Nuevo Día
del sábado 20 de enero de 2018 disponible en el enlace
Desde hace
meses el gobierno ha quedado a la espera de un préstamo de Washington de cerca
de cinco mil millones de dólares. Las autoridades del norte no acaban de
desembolsar los fondos, temiendo que lo desembolsado se embolsille rápidamente.
Para evitarlo, se ha provisto de múltiples cautelas, armando un sistema de
defensa con varias murallas y, aun así, no acaba de soltar prenda.
En
este diario, se informaba hace pocos días del estudio comisionado por Espacios
Abiertos y el Centro para la Nueva Economía, a cargo del economista Martín
Guzmán y el Premio Nobel Joseph Stiglitz en el que se concluye que “...Puerto
Rico no posee capacidad financiera para pagar a los bonistas y que esta
condición era así mucho antes del ciclón del pasado 20 de septiembre. Los
estudiosos estiman además que el recorte de la deuda podría rondar 90%” y que
el país “necesitaría cancelar el pago de intereses durante cinco años, como
mínimo”. En otro reportaje publicado el mismo día, el secretario de Hacienda
calculaba que los recaudos del fisco podrían tener una reducción de entre $300
y $400 millones. Un artículo publicado hace unas semanas, preveía que en 2018
Puerto Rico sería la segunda peor economía del mundo.
La
realidad económica es patética. Sin embargo, pienso que aún no se han hecho
públicas las conclusiones y responsabilidades que se desprenden de esta
debacle. Si algo debe resultar evidente a partir de estos datos, es que los
modelos de producción y administración de la riqueza en Puerto Rico han probado
ser un fracaso de proporciones inauditas. Esto en sí mismo es un escándalo
mayúsculo, pero a esta ineptitud se une otra de proporciones al menos
similares: los responsables políticos, empresariales y profesionales del
desastre, no parecen haber tomado consciencia de la relación directa existente
entre su labor y los resultados.
¿Cómo
es posible que los gobernantes sueñen con versiones renovadas de empresas 936,
paguen salarios de cientos de miles de dólares a funcionarios mediáticos y
bravucones y, soporten, en los días que corren, los deseos públicos de alzas
salariales de los mismos? ¿Cómo son permisibles los sueldos de tantos alcaldes,
legisladores y funcionarios? ¿Cómo se justifica el partidismo, el inversionismo
político, el nepotismo y la incapacidad de tantos miembros del gobierno que ni
siquiera pueden hablar (y no digo pensar) correctamente? ¿Cómo se propicia y se
financia con dinero público el sueño pusilánime, juvenil e inmaduro de los
jerarcas desvencijados de la Comisión de la Igualdad?
Los
datos siniestros que aportan los estudios económicos citados demuestran los
resultados de éstas y otras gestiones. Nadie en su sano juicio podría pensar,
luego de considerarlos, que con las mismas actitudes, concepciones y proyectos,
obtendríamos otro resultado. Nuestra clase dirigente no es reformable, sino
sustituible. En cualquier otro contexto, si no controlaran la ley y la trampa,
un número considerable de ellos sería procesado ysentenciado por pillaje,
negligencia e ineptitud.
Los
hombres y mujeres que manejan los hilos de todo no han sabido ni querido
producir riqueza. Simplemente, han buscado enriquecerse. En sus mentes lo
colectivo no rebasa unas decenas de individuos: la familia, las relaciones con
los pares. El “desarrollo” económico se concibe desde una burbuja.
La
gestión, de los que hasta ahora han estado a cargo, colapsó. Si no hay
consciencia de esta realidad, no hay esperanza. La despoblación no será
coyuntural, sino definitiva, producto de la necesidad y el sentido común. Los
fracasos no tienen fondo y, de no haber cambios sustanciales, seguiremos
cayendo indefinidamente. En lugar de 48 asesinatos (de los cuales sólo dos se
han esclarecido por la Policía) en 15 días, habrá 100 e impunidad absoluta. En
lugar de 32% de analfabetismo funcional y 12% de incapacidad total de leer y
escribir, nos comunicaremos por dibujos y emojis. En lugar de cuatro meses sin
electricidad, no nos preocuparemos por contar los días.
El
rediseño de la economía (y de tantas cosas más) no puede ser obrado por los que
nos trajeron hasta esta situación y no han cobrado consciencia de nada: ni de
su responsabilidad ni de su insuficiencia. A esta altura debería ser evidente
que el país está obligado a ser, por primera vez en su historia, responsable de
sí mismo. Toda gestión, sea ésta económica o educativa, social o urbanística,
debe idearse y llevarse a efecto a partir de la responsabilidad ante lo real y
no teniendo como objetivo la creación de cortinas de humo para el oportunismo
eleccionario.
Estoy
consciente de que esto es pedirle peras al olmo, que es poner el cabro a cuidar
las lechugas. Pero, éste es justamente el problema: hay que prescindir de olmos
y cabros tanto como de los modelos de dependencia, gestión económica concebida
como consumo y del narcotráfico del estatus político. Para ello hay que
descartar a los olmos y los cabros: a personajes políticos, empresariales y
mediáticos. La destrucción de la economía del país no se produjo sola y es
menester darse cuenta de que ellos son los responsables.
En
la estela de las incógnitas sin resolver del contrato con Whitefish, tras las
inexplicables tardanzas en coordinar la cooperación con otras compañías
eléctricas de parte del gobierno, está la iniciativa ciudadana del alcalde de
San Sebastián que electrificó su pueblo con las materiales y los técnicos que
tenía a mano. Una pequeña institución fundada por una familia de Adjuntas,
logró distribuir miles de lámparas solares y posee la única emisora de radio en
todo el país que no cesó operaciones durante el paso de los huracanes. Esta
iniciativa de Casa Pueblo, como la de otros funcionarios, ciudadanos e
instituciones, demuestra el éxito patente de otros modelos: autogestión,
autosuficiencia, responsabilidad y éticas públicas.
Ésta
es la vía que nuestros dirigentes no han sabido o querido tomar. Por ello viven
en cápsulas, escoltados, reuniéndoseapuerta cerrada, diseñando los Códigos
Civiles y Penales que garanticen su impunidad. Por eso es que, en un ejercicio
de simplismo y patológica irresponsabilidad intelectual, unos alegan que la
solución está en la estadidad y otros en la colonia. Pero las soluciones no se
encuentran en las cosas, y mucho menos en los deseos y sueños, sino en las
cabezas que piensan y en los cuerpos que producen.
Hoy, Puerto Rico no
tiene futuro, tan solo tiempo. Éste podrá ser el de nuestro progresivo y rápido
deterioro, el de nuestro hundimiento en la falsedad, el engaño y la pobreza o,
si los ciudadanos toman las riendas y le niegan su apoyo a olmos y cabros, el
que pueda comenzar a construir una alternativa. Hoy, un agricultor es mucho más
importante que un político, un maestro culto y consecuente más útil que la
secretaria de Educación, un buen vecino más preciado que la Policía, un
rehabilitador de un casco urbano más valioso que un desarrollista de
urbanizaciones o condominios. La riqueza está del otro lado del pensamiento y
el esfuerzo. El olmo no da frutos y el cabro los devora. Por eso, desde que
tenemos memoria, nos quedamos con hambre.
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