Monday, February 26, 2018

Perdonen mi tristeza


Columna de opinión de la escritora Dra. Luce López Baralt en el periódicvo El Nuevo Día del domingo 25 de febrero de 2018 disponible a través del enlace https://www.elnuevodia.com/opinion/columnas/perdonenmitristeza-columna-2401542/



Escribo estos renglones dolidos sobre nuestra encrucijada histórica bajo el amparo de un verso de César Vallejo: Perdonen la tristeza. Admito que la crisis que atraviesa Puerto Rico ha sido de tal magnitud que ha logrado diezmar mi inveterado optimismo vital. Todos y cada uno de los puertorriqueños, lo admitamos o no, hemos quedado atónitos ante el descalabro que con tanta rapidez se ha abatido sobre nosotros. Todavía estamos tratando de reaccionar y de asumir la debacle, lo mismo que aquellas generaciones posteriores a la crisis del '98, que vivieron cambios históricos súbitos, pobreza extrema y humillaciones políticas, a las cuales se sumó, como ahora, un huracán demoledor. La primera reacción ante una tragedia completa es enmudecer. Pero me he impuesto reflexionar, como una simple una ciudadana de a pie que necesita medir su desdicha, cómo siento a Puerto Rico en estos momentos.

Soy tan antigua que aun puedo recordar gobiernos con superávit y políticos que no robaban. De niña palpé la energía del país cuando aún era vibrante y presagiaba un posible futuro más alentador. Fuera éste el futuro que fuera, porque se ofrecía a nuestro imaginario colectivo como un futuro abierto que podríamos construir juntos. Los puertorriqueños de hoy hemos canjeado la esperanza de una posible solución al status político por una encerrona, el progreso económico por la certeza de un empobrecimiento paulatino. La otrora “vitrina del Caribe” se nos ha convertido en la penúltima economía fallida del mundo después de Venezuela. ¿Qué hacen las naciones cuando su plataforma política y económica se desfonda y las expectativas de futuro colapsan? Los ciudadanos se unen para reinventar un país, para hacer un proyecto de país, que es un concepto válido que tenemos que potenciar de manera pragmática. No damos muestras de estar en camino de hacerlo. Reconozco de entrada que la tarea es cuesta arriba, porque al ser una colonia (“territorio” la llaman ahora), para proponer un proyecto de futuro tenemos que contar con la acquiescencia de la metrópolis. Nuestra primera dificultad es que no caminamos solos: dependemos para todo de los intereses de un país que a menudo contradicen los nuestros.

Perdonen mi tristeza.

Vale la pena considerar por separado cada posible fórmula de status, pues cada una tiene sus encrucijadas propias que dificultan el que nos unamos para construir un país con futuro. El panorama de los que favorecen la anexión y que están actualmente al mando del gobierno (es un decir) se presenta especialmente difícil. Intentan obligar a Estados Unidos a concedernos la estadidad justamente en el momento en el que Washington da muestras inequívocas de no estar interesado en anexar nuestro país latinoamericano, hispanohablante y racialmente mezclado a la unión norteamericana. Aunque es irónico que Puerto Rico quiera asimilarse a un país que está implosionando, el gobierno esgrime plebiscitos trucados en los que la mayoría del pueblo se inhibió de votar. ¡Como si los congresistas no supieran contar porcentajes! Ya nos han asegurado a través de Marco Rubio que no hay ambiente para considerar la estadidad: muchos legisladores ni siquiera saben que somos ciudadanos americanos (y se horrorizarán de averiguarlo). Es igualmente patético que destaquemos legisladores “en la sombra” y que queramos votar espuriamente por el Presidente cuando Trump nos tira papel toalla (simbólico de otro tipo de papel) como si estuviera en un circo romano.

Perdonen mi tristeza.

Por otra parte, el gobierno no explica las consecuencias económicas de la anexión: pagaríamos impuestos federales altísimos que acabarían por arruinarnos, ya que no tenemos la solvencia de los demás estados. Por no decir que perderíamos el alma; es decir, nuestra identidad como país, porque la asimilación es un sine qua non de la estadidad, no empece las entelequias de la estadidad jíbara. Nuestra desesperación por ser aceptados como “estadounidenses a tiempo completo” ha convertido el cabildeo en una gesta de mendigos. O de insensatos: algunos piden que se le impongan impuestos federales al país como territorio incorporado sin garantía ninguna de que ello asegure la estadidad. Las humillaciones continuas a la que nos estamos sometiendo terminan por lacerarnos a todos. Deberíamos sospechar que Estados Unidos comienza a abandonarnos. Pero ni el gobierno se da por enterado ni la metrópolis suelta prenda sobre lo que terminará de hacer con nosotros. Todo ello dificulta la tarea de pensar con serenidad el futuro para refundar el país, por usar el término de Marcia Rivera.

Perdonen mi tristeza.

Tampoco los estadolibristas y los soberanistas la tienen fácil en estos momentos de encrucijada. Estados Unidos decidió unilateralmente adulterar (cuando no tronchar) el proyecto político del Estado Libre Asociado, posiblemente porque ya no interesaba a la metrópolis, que no hubiera podido imponer una Junta Fiscal de poderes omnímodos a un pueblo soberano. (Ni siquiera mínimamente soberano.) La falta de líderes auténticos y la fragmentación política impide que los autonomistas se unan para proponer soluciones viables y reescribir a fondo --y dignamente-- las relaciones de la isla con Estados Unidos. El país espera aun por una reformulación del concepto del ELA que tenga consenso para que pueda ser luchado de manera colectiva: parecería que todos han enmudecido. También las voces de la independencia se han silenciado durante la actual crisis y no presentan una opción creíble. Al margen de apelar a nuestro patriotismo latente (pero siempre vivo), los partidos independentistas no explican al pueblo las consecuencias económicas de separarnos de los Estados Unidos. No han dicho cómo sobreviviríamos económicamente sin las ayudas federales que (a regañadientes) aún nos otorgan, ni cómo estableceríamos acuerdos políticos y económicos con el resto del mundo. Sin esta información crucial para formular responsablemente un país soberano, no vamos a ninguna parte.

Perdonen mi tristeza.

Se ha desatado una crisis de confianza a muchos niveles. Ni nuestro gobierno local ni el gobierno de Estados Unidos nos ofrecen credibilidad, y ese escepticismo inmovilizador pone freno, una vez más, a la posibilidad de trazar un proyecto de país. El nivel de corrupción al que hemos llegado es el primer obstáculo que confrontamos al momento de intentar repensarnos como pueblo. Como en buena medida somos responsables de nuestro propio colapso moral, nadie podrá “reenrutarnos” éticamente sino nosotros mismos. En este momento nos preguntarnos, no sin angustia: ¿cómo creerle a un gobierno incapaz de saber el monto de sus propias finanzas y sus propias deudas, o aun de contar los fallecidos tras el paso de María? ¿Qué se puede esperar de políticos que asignen pensiones de $16,000 en medio de la quiebra fiscal? ¿O de una Junta Supervisora que aumenta su propia asignación fiscal cuando la pensión de los maestros zozobra? Difícil entender por qué ni Energía Eléctrica (y ni siquiera FEMA) nos acaban de aclarar por qué seguimos a oscuras; difícil creer que podamos sobrevivir sin la condonación de una deuda monstruosa; difícil persuadirnos que la Junta Fiscal y las cortes beneficien a Puerto Rico sobre los intereses de Wall Street; difícil creer que la imposición de la austeridad resuelva nuestros problemas cuando más bien podría agravar la situación, como en Grecia; difícil creer en la buena voluntad del gobierno de Estados Unidos, que se desentiende de la desesperación de las personas arruinadas por el cierre de negocios y el alto costo de las plantas eléctricas, y del sufrimiento de los encamados cuya vida depende de respiradores o sistemas de diálisis; difícil creer que el hotline desbordado de ayuda a los suicidas no sea la espantosa punta del témpano de un deseo colectivo inconsciente de desaparecer. Difícil creer que una administración central que se ha tornado racista y xenófoba no esté discriminando a su territorio por su condición mestiza. Sé bien que cuando el Presidente denuesta a países africanos e hispanos como "---holes " se hace eco de prejuicios antiguos: de niña las monjas norteamericanas con las que me eduqué nos martillaban frases como “Puerto Rico is trash”, “Puerto Rico is junk”. Jamás me he curado de esa agresión contra mi psique infantil, porque sé que pensaban sinceramente que éramos inferiores. Trump recicla y saca a la luz prejuicios muy antiguos.

Perdonen mi tristeza.

Y la emigración. Muchos compatriotas han tenido que huir de la isla para sobrevivir, sumiéndonos a los demás en la náusea existencial de vernos diezmados como familias. Cuando los veo encaminarse al avión sabiendo que el precio de un posible empleo es la discriminación segura se me parte el alma. Pero estas rupturas tienen consecuencias nefastas que aún no hemos podido medir: perdemos muchos ciudadanos profesionales, con lo que la isla queda cada vez más desprovista de servicios; perdemos personas arrojadas e industriosas, que son las que podrán sobrevivir los avatares inciertos del exilio. Vamos quedando disminuidos y achatados como población. Se nos va un pool genético inapreciable y una materia prima excelente con la que podríamos construir adecuadamente nuestro país. Por más, estar divididos entre la diáspora y los puertorriqueños de la isla tampoco nos ayuda a manejar unidos el futuro.

Perdonen mi tristeza.

Y la asimilación. Estamos ante un nuevo escenario: parecería que se comienzan a borrar los lindes identitarios de nuestro pueblo. Muchos de nuestros niños y jóvenes comienzan a hablar inglés entre ellos. El canje del vernáculo es un síntoma ominoso para cualquier nación, porque la persona habrá de pensar el mundo desde la cosmovisión del nuevo lenguaje. Decía bien Pedro Salinas: no es lo mismo ser en inglés que ser en español. Y no cabe explicar la situación por los juegos, videos, cines y noticias en inglés que bombardean nuestra sociedad, pues sucede igual en muchos otros países. Antes hay que pensar que los padres que permiten la pérdida de la lengua materna en sus propios hogares dan por bueno que sus hijos pertenezcan ya a otro país, aun sin haberse movido del suyo propio. No es exagerado sospechar que todos estos nuevos niños angloparlantes terminen viviendo en Estados Unidos, país por el que apuestan inconscientemente al hablar inglés como lengua materna. Es allí que se sentirán cómodos. Ponderemos un momento lo difícil (¿lo ridículo?) que nos será construir un proyecto de país soberano en inglés.

Perdonen mi tristeza.

And yet, and yet...las banderas puertorriqueñas ondean por doquier en medio de la debacle. Creo que he aprendido a leer su significado profundo. No se trata de la obvia afirmación patriótica que toda enseña nacional implica: es más bien un clamor que lanzamos al mundo reconociendo que estamos solos. Incluso un alcalde propuso que, con el debido respeto, ondeáramos nuestra bandera al revés --código conocido de emergencia-- para alertar al mundo de nuestra necesidad de atención internacional. La crisis histórica y la desconfianza política ha terminado por generar frutos interesantes. Comenzamos a caer en la cuenta de que solo podemos contar con nosotros mismos. Hemos sido capaces de alumbrar alcaldías, barriadas y calles por nuestra cuenta cuando el gobierno y FEMA nos toman el pelo y nos fallan. Vamos descubriendo nuestra autonomía: self-relience la llaman en inglés, por si las dudas. El economista Gustavo Vélez admite que: “es momento de digerir la dura verdad de que estamos solos” (El Nuevo Día, 21 de enero 2017, p. 7). Esta soledad política comienza a calar también en la conciencia colectiva: Gilberto Santa Rosa, dando voz a muchos puertorriqueños anónimos, propuso en una entrevista la deseabilidad de crear “una economía nacional [que] satisfaga las necesidades básicas de la ciudadanía sin necesariamente depender de lo que exista fuera de nuestras costas” (El Nuevo Día, 9 feb. 2018, p. 52). Cabe interpretar estas voces como síntomas de que deseamos comenzar a dar marcha atrás a siglos de dependencia, primero del situado que nos llegaba de México y ahora de los cofres federales de Washington. Romper la mentalidad de 500 años de colonialismo es muy cuesta arriba, pero hay golpes históricos tan dolorosos que podrían ayudar a despertar nuestra conciencia colectiva. Las tragedias pueden denigrar una nación, pero también pueden hacer que ésta descubra sus energías soterradas.

Los periodos de crisis y oscurantismo pueden, en efecto, dar paso a un renacimiento histórico. Ojalá así sea para Puerto Rico. Dudo que en el lapso que me queda de vida pueda ver con mis propios ojos la reformulación y la puesta en efecto de mi país como nación digna, pues sé bien que son procesos históricos muy largos y muy complejos. Pero también sé que un país como este, que tanto ha resistido y que amo tanto, no puede desaparecer sin más de la faz de la tierra, ni asimilado a otro ni humillado para siempre. Apuesto a Puerto Rico. Tenemos las energías y el talento para ser un gran país, si creemos en nosotros mismos. Me ato a esa esperanza. Si así fuera,t

Perdonen mi alegría.

Sunday, February 18, 2018

Columnas sobre el Gobernador

Prohibido Olvidar

Columna del director del periódico El Nuevo Día, Luis Alberto Ferré Rangel, del domingo 18 de febrero de 2018 en el propio rotativo disponible en el enlace https://www.elnuevodia.com/opinion/columnas/prohibidoolvidar-columna-2399819/


Si alguien tiene duda de que el gobernador Ricardo Rosselló tiene intenciones de ir a la reelección solo tiene que darle una mirada a la versión más reciente del plan fiscal.


En cuestión de días pasó de proyectar un déficit estructural de más de $3,000 millones a una versión con un sobrante de más o menos la misma cantidad.


Economistas debaten y debatirán los fundamentos macroeconómicos de la nueva versión del plan y le tocará a la Junta de Supervisión Fiscal (JSF) aceptarlos o no, modificarlos o no, la semana que viene. Pero claramente la narrativa política que se desprende del plan se resume muy fácilmente: aquí habrá chavos para repartir.


Con las asignaciones federales ya aprobadas -ciertamente un logro de esta administración- La Fortaleza le ha enviado un plan fiscal a la JSF con unos supuestos aún más optimistas que la versión fiscal anterior, sin dar más detalles de cómo se lograrán los ajustes a la cuenta fiscal del gobierno.



Primero, no hay garantía alguna de que el gobierno sea capaz de ejecutar todas las reformas estructurales que está proponiendo. Solo esta semana, La Fortaleza tuvo que retirar tres proyectos de la Legislatura. Y si las logra, los tiempos de ejecución de cada una, y sus diversas interacciones políticas y legales unas con otras, atrasarán cualquier efecto de ahorro fiscal.



Segundo, no hay garantía alguna de que los fondos federales llegarán a tiempo. Todavía esperamos por el préstamo de más de $4,000 millones que aprobó la Casa Blanca en octubre.



Matemática y macro económicamente, el atraso y la interacción de todas estas variables, reducirán la posibilidad de un sobrante. Así que pararse ante el país y aclamar a los cuatro vientos que habrá sobrante en seis años fiscales raya en la irresponsabilidad.



Más peligroso aún es la narrativa de la dependencia económica que se desprende de todas las versiones del plan fiscal que tanto la Junta como el gobierno han estado discutiendo: la ausencia total de una discusión del tránsito hacia un modelo económico sostenido.



La llegada de la ayuda federal desincentivará el impulso a las reformas económicas y sociales que tanto necesitamos, tal y como sucedió en los años de “bonanza económica” en la era de las petroquímicas y las 936. Haga memoria y recuerde cuándo fue que nuestros niños comenzaron a abandonar la escuela, cuándo fue que arreciaron el crimen y los asesinatos en este país, cuándo fue que empezaron a envenenarse nuestros acuíferos, nuestro aire, nuestra gente. Prohibido olvidar.



Hay un riesgo social enorme escondido detrás de los supuestos de los planes fiscales porque no hay discusión alguna de cómo subir los índices de participación laboral, de cómo bajar las tasas de asesinatos, de cómo subir las tasas de graduación de nuestras escuelas y universidades, de cómo cerrar la brecha de la desigualdad y de cómo adaptarnos y mitigar los efectos del cambio climático.



La discusión de las obligaciones éticas y morales de nuestra transformación social es la que debe regir la discusión del plan fiscal. Por lo tanto, no debería existir un sobrante. Debería estar invertido en las pensiones, en el aumento de salario a maestros y policías, y en la construcción de una sociedad más equitativa. Mientras haya pobreza en Puerto Rico no debería ni siquiera presentarse un sobrante en el plan fiscal. Es simplemente insultante.


La campaña eleccionaria ha comenzado. Así que cuidado, mucho cuidado con la danza de los millones. Prohibido olvidar.

Permiso para sonar
Columna del periodista Benjamín Torres Gotay en el periódico El Nuevo Día del domingo 18 de febrero del 2018 disponible en el enlace
https://www.elnuevodia.com/opinion/columnas/permisoparasonar-columna-2399799/

El gobernador Ricardo Rosselló, que últimamente le ha cogido el gustito a viajar, andaba en estos días dando besos y abrazos por Filadelfia. Estaba, dijo, mirando escuelas chárter, como el padre que se va de gira buscando la mejor educación para sus hijos. Publicó fotos en sus redes sociales de su visita a Aspira, una organización liderada por puertorriqueños (en el último censo vivían allí cerca de 120,000 que se identificaban como boricuas), que maneja seis escuelas chárter en aquella ciudad.



Si lo que quería el gobernador era ver escuelas públicas que funcionan bien, bendito, no tenía que ir tan lejos. Las escuelas públicas puertorriqueñas tienen una fama terrible, en términos generales bien merecida, porque la inmensa mayoría no ofrece ni buena educación ni seguridad, que son, probablemente, las cuestiones que más pesan en el ánimo de alguien puesto a elegir donde educar a sus hijos.



Pero las hay muy buenas también. Cada año, entre 80 y 100 escuelas de las mil y pico que hay (eran 1,110 la última vez que se contó, pero están cerrando a un ritmo de tal vertiginosidad que cuando se lea esto puede que sean menos) obtienen desempeños de excelencia en las mismas pruebas que sirven para descartar a tantas otras.



Hay escuelas, como la superior Carlos González, de Aguada, que año tras año gradúa montones de estudiantes con 4.00 de promedio, o las elementales Antera Rosado Fuentes, en Río Grande, y Emérita León Candelas, en Cayey, que al mismo tiempo en que tienen estudiantes con excelentes desempeños académicos son también el centro y el eje de sus comunidades.



Y sin contar a las especializadas, que reciben un trato único y solo admiten a los mejores estudiantes, están también las 49 escuelas bajo el modelo Montessori, cuya escuela insignia, la elemental Juan Ponce de León, en Guaynabo, es la envidia de muchísimos planteles privados.



Esas escuelas funcionan en entornos diferentes las unas de las otras, pero tienen unas características en común: toda la operación está centrada en la atención, la experiencia y el desempeño del estudiante; se vinculan fuertemente con las comunidades en las que operan; logran comprometer a los padres; tienen dirección y liderato inspiracional, presupuestos adecuados, facultades motivadas y metas educativas claras.



“Apoyar y proteger a las comunidades y las escuelas que ya han comenzado a ser el país que queremos debe ser el primer paso de cualquier reforma que emprendamos”, decía, con toda razón, en una columna en estos días la veterana educadora Ana María García Blanco, quien sabe bien de lo que habla porque es a su liderato e iniciativa que se debe que haya escuelas Montessori en el sistema público.



Se podría, si se quisiera, si hubiera la voluntad, si no hubiera ofuscación con otros intereses, estudiar con lupa cómo es la cosa en cada una de esas escuelas, que están ahí a la vista de todos nosotros, y replicarlo en cuantas otras se pueda. Sin embargo, es publicitariamente mucho más sexy ponerse a inventar con charters, que han tenido resultados muy mixtos en Estados Unidos, y con vales educativos, con esa manía tan de los últimos tiempos de dar por perdido lo público y vestir de glamour lo privado.

Está pasando esto en Puerto Rico con una frecuencia que aturde y que, si uno no está pendiente y tiene las cuentas bien claras consigo mismo, puede confundir.



Primero nos rompen el país manejándolo tan irresponsablemente y repartiéndoselo entre ellos y después nos quieren vender la entrega, la renuncia, los despojos, como las únicas opciones posibles. Hace recordar esto a algo que decía Calle 13 en una canción: “El que controla, el que domina, quiere enfermarte pa’ venderte medicina”. Pero también conviene recordar lo que, mucho antes que Calle 13, cantó Rubén Blades: “No te dejes confundir, buscar el fondo y su razón, recuerda se ven las caras, pero nunca el corazón”.

Hay otras posibilidades.



Aunque cientos de miles se hayan ido y el huracán María haya derribado lo poco que habían dejado de pie el coloniaje, la partidocracia, la corrupción, la dependencia, el amiguismo y la mediocridad, hay cómo levantarse sin seguir el libreto dictado por los que o carecen de imaginación o sus pasos están dictados por cabilderos y especuladores o quieren cegarnos con el esplendor de fuegos artificiales para que no veamos que, más allá de los eslóganes y los hashtags, son solo polvo en el viento.



Ahí están muchas escuelas públicas construyendo patria a pesar del peso enorme que les pone sobre sus espaldas la bizantina burocracia, la politiquería, la apatía, la carencia y el derrotismo del nivel central de la agencia. Ahí está Casa Pueblo demostrándonos que se puede soñar con un sistema de energía que no dependa ni de un monopolio público bestialmente politizado, ni de un monopolio privado cuya prioridad tampoco sea nuestro bienestar. Ahí están las múltiples comunidades y organizaciones no gubernamentales pensando un país autosuficiente, sustentable, próspero, democrático, al servicio de su gente y no de intereses siniestros.



Ahí están las cooperativas, que nunca habían tenido problemas financieros hasta que las obligaron a enyuntarse con los fatulos bonos del Gobierno de Puerto Rico, creando riqueza, dando crédito a los trabajadores, abriendo surcos, demostrando cuán lejos pueden hacer llegar modelos de democracia participativa.



Los que nos destruyeron el país quieren convencernos de que la única solución es venderlo barato. Quieren que creamos que solo en Nueva York pueden diseñarnos el futuro. Quieren que nos neguemos a soñar, a imaginar y a construir un país diferente.



Quieren que todos seamos como ellos.

Sunday, February 11, 2018

Dos Columnas sobre Comisión Estatal de Elecciones




Los pasos de Rafael        

Escrito del periodista Benjamín Torres Gotay en el periódico El Nuevo Día del 11 de enero de 2018 disponible en la dirección electrónica  https://www.elnuevodia.com/opinion/columnas/lospasosderafael-columna-2397731/



Cuando salió de Aguadilla en una jaquita baya (que quería que le condujera otro, como recordaremos siempre), nadie habría podido imaginar que, cuando estuviera todo dicho y hecho, el Rafael Ramos Sáenz ese, conocido hasta hace menos de un mes solo en las lúgubres cavernas subterráneas del partido en el que milita con tanto fervor, iba a terminar dándole una lección tan importante al pueblo de Puerto Rico.

Los pasos de Rafael, las omisiones de los que anduvieron cerca de él –se quedaron en cómplice silencio y, sabiendo de la pata que cojeaba, lo sacaron del anonimato y lo exhibieron ante el país para que lo viéramos a contraluz–, nos pusieron a los puertorriqueños a mirarnos en un espejo deformado que revela mucho de lo bajo que hemos caído como sociedad.

Vean: este señor Ramos Sáenz era juez. Era de esos señores que se visten de toga, se suben a un estrado a unos pies sobre los demás mortales y desde allá pueden hacer y deshacer vida y hacienda, con el accionar rotundo del mallete. Es una responsabilidad, como sabemos, de la mayor gravedad.

Siendo juez, se le asignó presidir la junta electoral local de Moca en las elecciones pasadas.

Fue ahí que decidió deshonrar la toga, ponerse en vergüenza él mismo, a su clase, a su país, y meterse al equipo del Partido Nuevo Progresista (PNP), en vez de cumplir la función de árbitro que le encomendamos todos nosotros a través de las leyes, reglamentos y normas que rigen nuestra vida colectiva.

En vez de velar por la pureza del proceso, como le manda el puesto al que juró con la mano sobre la Biblia, se puso a velar que al partido de su corazón, al que le debía su puesto de juez y del que esperaba mucho más en la vida, le fuera mejor que a los otros.

Así quedó expuesto en blanco y negro en un chat por WhatsApp del equipo electoral del PNP, que fue revelado el lunes por el senador Aníbal José Torres y que, al día siguiente, le costó a Ramos Sáenz el puesto de presidente de la Comisión Estatal de Elecciones (CEE), en el que se había inaugurado con confeti, fanfarria y agradecimientos a Dios apenas 16 días antes.

Esas son actuaciones de una gravedad inusitada. El juez Ramos Sáenz violó ahí cuanto principio ético se pueda uno imaginar. Nuestra democracia está ahora mismo bastante venida a menos. Pero algo es algo, es lo que tenemos y es preferible la barbarie total a la que parecería que nos quieren llevar.

Ramos Sáenz, quien ya no es juez porque fue suspendido y ojalá deje pronto de ser abogado también, actuó aquí como el mal empleado de restaurante que escupe la comida de otros. Solo que no fue un mofongo a lo que escupió, sino a la indispensable confianza del pueblo en las instituciones.

Pero, bueno, vamos, tampoco hay que ser excesivamente duro. No hay persona ni sistema perfectos. Para eso es que existen salvaguardas.

Es como las leyes: se supone que nadie mate, pero ya que hay gente que lo hace, hay leyes para atenderlo.
En el caso de los abogados, las salvaguardas están contenidas en el Código de Ética Profesional, que les impone a los letrados la obligación de conducirse de manera honorable, de velar por que sus colegas también lo hagan y de denunciar al que falle.

Así se lo dijeron clarito en el Canon 38 del Código: el abogado está obligado a “denunciar valientemente, ante el foro correspondiente, todo tipo de conducta corrupta y deshonrosa de cualquier colega o funcionario judicial”.

¿A qué viene esto? Viene a que, en el chat en el que Ramos Sáenz se desnudó como un politiquero indigno de vestir la toga, participaron, según ha trascendido, cerca de 50 personas, incluyendo por lo menos a dos abogadas, ninguna de las cuales dio la queja a nadie.

Estas abogadas son Itza García y Waleska Maldonado. Las dos tienen ahora altos puestos en el gobierno. Pasaron de la barricada político partidista a ser subsecretaria de la Gobernación y jefa de la Administración para el Sustento de Menores (Asume), respectivamente.

Se menciona en el chat a un tal William, que muchos dan por hecho que es el secretario de la Gobernación, William Villafañe, quien también es abogado. Hay otros funcionarios de gobierno de los que se dice que también estaban metidos en el chat, pero no está ahora mismo del todo claro.

El Departamento de Justicia y el Senado investigan, pero está por verse todavía si con voluntad de llegar con esto verdaderamente hasta las últimas consecuencias.

Por el momento, todos los implicados conocidos y por conocer han cogido en esto guille de FBI: ni niegan ni confirman. Esta denuncia se conoció el lunes, hace hoy siete días. Al momento en que se escribe esta columna, sábado de madrugada, ninguno de los implicados o posibles implicados en este tremendo escándalo ha salido públicamente a explicar. O no les importa, o no les da vergüenza, o creen que la controversia se esfumará solita, como tantas otras, o que nos olvidaremos, o quién sabe qué.

Vean esto en orden y traten de no indignarse: un juez nos traiciona a todos al confabular con un bando en una contienda en la que se supone que fuera neutral; todo el que lo ve, incluyendo abogados, le ríe la gracia, lo estimula, lo aplaude, se une a la traición; algunos de esos que tan poco juicio y moral demostraron al ver al juez enlodándose así, sin hacer lo que correspondía, son nombrados después a importantes puestos en el gobierno, a encargarse del bienestar de todos nosotros y, encima de todo eso, el gobernador Ricardo Rosselló designa a Ramos Sáenz a la presidencia de la CEE, donde de seguro venía con la intención de intentar a nivel de todo el país las traiciones que ejecutó en el pequeño universo mocano.
Nos dio bien duro esta gente.

Mancharon todos, en el camino, la confianza en dos de las instituciones más preciosas y valiosas que tiene cualquier sociedad que se presume de democrática y de “ley y orden”: sus cortes y su sistema electoral.
Demostraron también que se puede actuar de manera inmoral, irrespetar las reglas, las leyes y las instituciones, tomar ventajerías, y eso no impedirá que a uno lo nombren secretario de esto, jefe de aquello o presidente de lo otro, para que entonces la familia nos quiera más, nos saquen una foto oficial y le pongan después el nombre de uno a la escuela de nuestro barrio.

Después osamos preguntamos por qué es que en este país nadie cree ya en nada.


Columna de la periodista Mayra Montero en el periódico El Nuevo Día del domingo 11 de febrero de 2018 y disponible en la dirección electrónica
No se enfrentan los dirigentes del partido en el poder a causa de las diferencias que han tenido por el cambio de fichas en la Comisión Estatal de Elecciones. Esa es la consecuencia. Pudieron haberse enfrentado con cualquier otra excusa. La verdadera causa de la fractura está en el menoscabo de los poderes de la Asamblea Legislativa, algo que se les hace insoportable a los presidentes de ambos cuerpos.

Saben que su influencia se reduce vertiginosamente, y su capacidad de reacción queda relegada a esos patéticos alardes con que se oponen a las medidas que les envía el Gobernador. O con los que desafían el veto a una ley tan absurda como la del extremismo religioso.

Ya que no se pueden rebelar contra la Junta de Control Fiscal, se desquitan con el que está inmediatamente por encima de ellos, que es Rosselló. Es por eso que la tensión se puede cortar con un cuchillo. Es muy grande la amenaza que se cierne sobre los líderes legislativos y sus lugartenientes. Impedidos de repartir prebendas o contentar a la gente que los apoya, olfatean, además, el fin de la Comisión Estatal de Elecciones, tal como la conocemos. Crece el clamor para que la desmantelen, y el desenlace está a la vuelta de la esquina.

Ni al Senado ni a la Cámara les han consultado el contenido del Plan Fiscal revisado que debe estar listo mañana. No los han tomado en cuenta en un país donde solían ser los grandes portadores de la última palabra. Se sienten humillados, y reaccionan como fieras heridas, erizándose y gruñéndole al que se les acerca. Dispuestos a saltar por lo que sea. Por el soberano chisme en la CEE, por ejemplo.

Mientras tanto, el destino político de la Isla se decide fuera, y no escuchamos ninguna proyección, no se comparten ideas, ni surge una interpretación realista de la gente llamada a explicar este crudo escenario.

En nuestras narices se está dando el principio de un gran reordenamiento ideológico en Puerto Rico. “Life is what happens while you are busy making other plans”. Esa es la recurrida frase de John Lennon, de la que suelo huir, pero que en este caso cae como anillo al dedo.

La vida está pasando en el Congreso (y en otros círculos: mitad locales, mitad extranjeros), mientras aquí nos sulfuramos por temas inconsecuentes, nos tiramos de las greñas por veleidades electoreras. Resulta infinitamente difícil —cuando no imposible—, para mucha gente, imaginar la vida sin campaña electoral, o con una campañita hueca, donde no se decide nada importante, porque el control y el poder auténtico durante por lo menos diez años, los van a ostentar otros. Y cuando pasen esos diez años, a ver cómo ha cambiado el mundo y la manera de pensar de los habitantes de la Isla. Los adolescentes, jovencitos de hoy, serán para entonces adultos. Toda una generación de ciudadanos maduros, que hoy participa de esa batalla estéril de la guerra entre partidos, y aun de sus propias luchas intestinas, serán, por su parte, ancianos desplazados para siempre de la vida política.

En cuanto al independentismo y el soberanismo, que para el caso es lo mismo y se limita al flujo y reflujo de dos o tres partidos alternativos, me pregunto, y les pregunto: ¿cómo superarán este incremento trepidante de la dependencia, que ahora tiene su climax en los más de $15,000 millones que han sido destinados a Puerto Rico, y en los multimillonarios préstamos, a intereses de fantasía, de la Small Bussiness Administration? ¿De verdad creen que es posible adelantar una agenda soberana en esta coyuntura? Descartada la estadidad (en el Congreso abominan de que se la mencionen); descartado el desprestigiado concepto del ELA (el verdadero fantasma sin cabeza de esta opereta); y descartada la independencia (únicamente viable, como ya es evidente, cuando Estados Unidos lo decida, quizá dentro de diez o quince años), ¿por qué los políticos insisten en mantener un discurso surrealista, aferrado a la negación?

El monstruoso meteoro que fue María parece haber echado por tierra los cimientos de muchas de las teorías que daban por hechas casi todos los políticos de todas las tendencias. Se han quedado en la discusión bajita. En la cotidianidad pasajera de si FEMA trajo o no trajo suficientes toldos. Si le dio contratos para la comida a tal empresa. Si los postes llegaban de China o de Puerto Cañaveral. Llegará todo de donde ellos quieran, ¿con qué narices vamos a reclamarles?

Al fin y al cabo, ése no es el punto.

Puerto Rico nunca había estado tan “ocupado”, ni siquiera cuando desembarcaron las tropas estadounidenses por la bahía de Guánica. Y el caso es que no se trata de una “ocupación” al uso, llena de hostilidad y repudiada por la mayoría de los ciudadanos. Lo que tenemos en la Isla es un tsunami de agencias federales, a las que nadie se atreverá a decirles que desocupen. Porque podrían complacer el pedido muertos de la risa. ¿O alguien lo duda?

Es necesario que el dinero asignado a Puerto Rico por el Congreso, una cifra colosal en cualquier liga y para cualquier país, sea regulado por la Junta de Control Fiscal, y en apego a las disposiciones de la Ley federal de Quiebras, custodiado de cerca por la jueza Laura Taylor Swain. Lo contrario sería tirarlo en una bolsa en el patio de La Fortaleza, como una piñata, para que cada cual tire hacia donde le dé la gana.

El Gobierno, sí, que lo reparta; que lo haga llegar a su destino; que lleve a cabo ese manejo burocrático que alguien tendrá que hacer y le agradeceremos mucho. Pero hasta ahí. Ocuparse de partir el bacalao, no. Sería un crimen. El crimen del bacalao, título de una novela de terror.