Saturday, June 6, 2020

“Demasiado de muchos millones para un solo puertorriqueño”

Columna del escritor Eduardo Lalo en el rotativo El Nuevo Día del viernes 5 de junio de 2020 disponible en el enlace
https://www.elnuevodia.com/opinion/columnas/demasiadodemuchosmillonesparaunsolopuertorriqueno-columna-2573787/
En 1980, hace 40 años, Ediciones Huracán publicó El país de cuatro pisos de José Luis González. El escritor perteneciente a la generación del 50 llevaba más de dos décadas exiliado en México. Para él, la represión y criminalización del independentismo vedó toda oportunidad de ganarse la vida. En México hizo carrera en la UNAM, la principal universidad del país, y llegó a ganar el Premio Xavier Villaurrutia, uno de los galardones literarios más importantes de ese país.
Por muchos años, José Luis González no pudo regresar a Puerto Rico impedido por las autoridades federales. Existen hechos que patentizan nuestra colonialidad y este es uno: un individuo es privado de su tierra por un poder extraño y adversario. No fue sino hasta la década del 70 del siglo pasado, por iniciativa de Juan Manuel García Passalacqua y otros intelectuales, que González pudo retornar a su país y poco después, en nuevas visitas, vivir en él por periodos de meses.
De este reencuentro con su sociedad nace El país de cuatro pisos. El volumen reúne ensayos y tiene pocas páginas, pero en él se arma una poderosa máquina de pensar, que sirve para comprender las particularidades de la sociedad puertorriqueña de los últimos dos siglos.
En días recientes hemos visto las maquinaciones mercantiles de figuras pretendidamente bien conectadas con el partido de gobierno. Juan Maldonado y Robert Rodríguez proveyeron al país con la tercera radiografía tenebrosa de este cuatrienio. La primera fue la del chat del exjuez Rafael Ramos Saenz, que brevemente presidió la Comisión Estatal de Elecciones, y que en la última jornada electoral compartió información indebida con funcionarios del PNP. La segunda, un botón de muestra de apenas unas semanas y casi 900 páginas, fue el chat de Rosselló y sus conspiradores. Hace pocos días, la pandemia y el encierro nos han ofrecido las comunicaciones electrónicas de Maldonado y Rodríguez.
Es posible que, en los tres casos, los implicados aún no comprendan el motivo del escándalo y la indignación entre tantos ciudadanos. Es probable que el exjuez entienda que hizo lo que se esperaba de él y muchos otros hicieron antes o que Rosselló y sus secuaces no se avergüencen de sus burlas, insultos e intenciones expresadas en el chat y piensen que el problema consistió en que hubo un chota. Es probable además que Maldonado y Rodríguez tampoco vean un conflicto moral en la práctica de su oportunismo sin límites; en la conversión instantánea e improvisada de una compañía de construcción en una distribuidora de pruebas médicas, que negocia con el gobierno una venta expedita a un sobreprecio sobrecogedor. Debido a los rastros electrónicos que dejaron, el exjuez, Rosselló y su claque y estos empresarios fueron descubiertos in fraganti. Junto a ellos y antes y después de ellos debe haber un número incalculable de cómplices y culpables.
En este punto es que el libro de José Luis González resulta iluminador. El escritor demuestra cómo a partir de la Cédula de Gracias de 1815 se da “una segunda colonización” del país, con la llegada de inmigrantes europeos no españoles y, más adelantado el siglo, con la de corsos, canarios y catalanes. Rápidamente, en tan solo una generación, estos “nuevos colonos” transformaron a la sociedad criolla y lo que es más importante, crearon una forma curiosa de imaginarse a sí mismos en Puerto Rico.
Desde hace dos siglos ese sector se ha aferrado a la inmigración de sus antepasados, para desvincularse y diferenciarse imaginariamente del resto de la población. Los “nuevos colonos” y sus descendientes se conciben sin relación con indígenas, negros y sus variantes, es decir reservan para sí una desmestización absoluta que permite desligarse personal y sociológicamente del resto de la población. Para este sector y para los que en cada generación tratan de acceder a su entramado político y económico, los puertorriqueños y lo puertorriqueño son conceptos distantes y débiles, y por ello sus miembros poseen la proclividad a la transformación eurocéntrica. La definición propia queda para ellos atada a un origen inaccesible y teatral y a un pasado que no conocieron y sienten que han permanecido en un territorio que muchos considerarían como una equivocación geográfica y biográfica.
Los “nuevos colonos” y sus herederos fueron incondicionales de España en el siglo XIX y de Estados Unidos desde 1898. Para ellos el pueblo es el que vive en la acera de enfrente o tras las vallas.
El país de cuatro pisos provee una interpretación de las tres radiografías de este cuatrienio. Gente para la cual los demás (es decir, nosotros) somos una masa por la que siente indiferencia y desconexión y que existe para ser utilizable a conveniencia: encamados a quienes robarles los votos, pendangos eternos, muertos para los buitres. Para ellos, aparentemente, no somos mucho más que un “virus productivo”.
Robert Rodríguez le escribió a su socio cuando todo iba viento en popa y esperaban estar a punto de tener en el banco el fruto descomunal de su negocio turbio y asqueroso: “Demasiado de muchos millones para un solo puertorriqueño”. Aparte de la torpeza lingüística, la frase lo dice todo: mucho para uno solo; el aprovechamiento de la masa que vive en la acera del frente o detrás de las vallas con intenciones individualistas y mercenarias.
El país siempre ha sido gobernado por este sector. Para comprobarlo solamente hace falta ver el origen de ciertos apellidos. Cuatrienio tras cuatrienio se tomaron préstamos impagables, que sirvieron para financiar acuerdos tan nefastos como el de las pruebas que iba a proveer una compañía de construcción. En ninguna parte están las carreteras ni las escuelas ni los hospitales, no se ve en ningún sitiola obra hecha para el bien común.
Esta semana este diario reportó sobre la guagua blindada de Rosselló. Comprada en lo más crudo de la emergencia del huracán María, el vehículo en su versión básica costaba $86,950, pero las alteraciones deseadas por Rosselló elevaron el precio a $224,100. En el artículo un funcionario habla de “la inexistencia de una propiedad adquirida”. Casi un cuarto de millón de dólares para comprar aire. Esta es la radiografía grupal del bipartidismo y de su deuda: “Demasiado de muchos millones para un solo puertorriqueño”. Se debe precisar que se trata de residentes de este país para el que los demás solo valemos como carne de fraude. Un país en bancarrota descubre la causa de su tragedia en una guagua blindada y perdida. Somos “la inexistencia de una propiedad adquirida”. Los “demasiados de muchos millones” que se han convertido en aire.

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