¿Qué
es Puerto Rico para los extranjeros? A partir de sus procedencias las
respuestas pueden ser variadas e inexactas. Casi todas, además, de no mediar un
alto grado de entendimiento, se inclinarán a la caricatura.
El
problema existe por estar condicionado por una circunstancia infranqueable. El
llamado Estado Libre Asociado, no es solamente una sucesión de términos
contradictorios, sino que pretende ser una fórmula política válida sin disponer
de reconocimiento internacional alguno. El ELA es como si al país se le llamara
Estado-Transitorio-de-Usufructo-Indefinido-Poseído-por-Otro (ETUIPO), en lugar
de colonia de Estados Unidos, y cómo hemos comprobado a este hipo hipnótico e
histórico no hay susto que lo cure. El ELA o, si se quiere, el ETUIPO es algo
tan irreconocible que se llega a dudar de su existencia. Washington nunca creyó
en el engendro, por eso mismo lo permitió escondiendo una baraja en la manga, y
en los últimos años ha liquidado con ella los últimos estertores de ilusión y
auto engaño colectivos, a golpes de decisiones de la Corte Suprema y el
Congreso.
En
estos días pienso en las consideraciones de otros pueblos sobre nosotros,
porque pronto daré una conferencia en la Universidad de Oxford, en Inglaterra,
dentro del marco de una jornada de estudio sobre Puerto Rico luego de María.
¿Cómo explicarles a los ingleses lo que ha ocurrido en estos ocho meses? ¿Cómo
contextualizarles a Puerto Rico para que no seamos reducidos nuevamente a una
caricatura?
Confieso
que la tarea resulta desmesurada y, probablemente, rebase tanto mis capacidades
como los parámetros digestivos para el desvarío del correcto público británico.
Tendré que explicar cómo un país isleño ha visto desaparecer su agricultura y
está obligado a importar el 80% de sus alimentos. Cómo su manufactura ha
decaído en los últimos 20 años y, sin embargo, debe desde hace un siglo
utilizar los barcos de la marina mercante más cara del mundo. Pasaré revista a
la alternancia en el poder, que desde 1968, ha entronizado un bipartidismo
totalitario y corrupto, cuya joya de la Corona es la Comisión Estatal de
Elecciones, que es el preciado garante del desarrollo económico continuo e
innegociable de una casta de políticos. Detallaré una gestión pública
aficionada al préstamo reiterado y sucesivo, que ha servido para subvencionar
lo mismo la construcción de viviendas de lujo que la cuenta bancaria de un
importador de mapos, que ha financiado parques acuáticos, pistas de patinaje
sobre hielo, rotondas en miniatura donde estatuas agigantadas afincan, más allá
de sus mandatos, a menospreciables caudillos municipales.
Intentaré
explicar el trasplante, reflujo y contagio de cerebros para puestos claves en
el gobierno, con sueldos que rebasan por mucho las escalas salariales de la
Unión Europea. El cuarto de millón de Keleher, la rematadora de escuelas; el de
Pesquera, mariscal de las tradicionales verbenas de gases lacrimógenos del
primero de mayo; el millón de Higgins, operario del switch del apagón orgánico
y selectivo de la AEE; los cientos de millares para el turista de la Compañía
de Turismo. Tendré que acometer la hazaña de relacionar esta plantilla, sino de
lujo, al menos faraónica, con la situación fiscal y deberé “precisar” que no se
sabe si Puerto Rico debe $74,000 o $120,000 millones, porque ambas cifras se
barajan y la deuda no ha sido auditada y se calcula a ojo. No obstante este
estado de normalidad desestabilizada, Washington ha impuesto una Junta que
reúne las otroras separadas funciones del procónsul y del publicano romanos en
una sociedad donde los gobernantes asisten al culto y pecan sin cesar. No podré
evitar la mención de su directora, que vino de Ucrania con amor y parte con
$625,000 anuales, más feliz que cualquier presidente, primer ministro o rey del
orbe.
También
tendré que extenderme sobre lo acaecido luego de María. Aquí entraré a una zona
pantanosa infectada de peces blancos y cobras, porque si bien puedo estar
seguro que a los ingleses no les ha llegado el mal de alguno de nuestros
políticos, sí han visto en televisión o en la prensa los resultados de sus
gestiones a lo largo de ocho meses. Ya habrán visto los escombros en las
calles, los camiones o helicópteros llevando suministros a poblaciones
espectrales y paupérrimas, imposibles de asociar ni siquiera remotamente, con
el sueño americano. En la BBC vieron a Trump arrojando la imprescindible
donación de un rollo de papel toalla a un país que evacuaba poblaciones con
agua contaminada llegándole al pecho. Sin duda vieron cómo el gobernador
aprovechaba su proximidad para sonreír y sacarse un selfie con él y lo
escucharon informar al presidente que habían muerto 16 personas, cosa que
pareció poco al magnate que se quejó del descuadre presupuestario que le
causaba una tormenta que no comparaba con Katrina y sus 1,833 víctimas.
¿Cómo
explicarle a los ingleses, que como nosotros y el mundo se enteraron esta
semana, que un estudio de la Universidad de Harvard contabilizaba los muertos
del huracán en 4,645, es decir 70 veces más que la cifra oficial balbuceada por
el mariscal del primero de mayo? ¿Cómo conciliar estas discrepancias y dar
cuenta de que las muertes fueron causadas “por la ausencia de servicios
públicos para la población” a la misma vez que el gobierno firmaba un contrato
de cientos de millones para la recuperación del sistema eléctrico con una
empresa sin oficina comercial y dos empleados?
¿Cómo
explicar en Inglaterra que si bien la diferencia entre las 64 muertes
certificadas por el gobierno y las 4,645 comprobadas por Harvard, rebasa
llamativamente el margen de error, no por ello se sobrepasa en la primera
cantidad los tradicionales márgenes de negligencia, incompetencia y corrupción
a los que estamos habituados en esta sociedad? El hecho de que los muertos casi
dupliquen a las víctimas del 11 de septiembre, no debe llevar al escándalo. Los
ingleses deben comprender que estamos tan inmersos en nuestra burundanga (el
término será difícil de traducir) que el escándalo y la indignación apenas nos
llegan a los tobillos. En su lugar preferimos la queja o la fatalidad colonial,
las series de televisión y la fantasía de una jubilación lejos de populares y
penepés, muy lejos de lo peor de los dos inmundos.
Es
difícil escribirle al inglés. Algo debe perderse en la traducción, porque la
eliminación de las leyes laborales, que retrotrae a masas de trabajadores a un
decimonónico trabajar para el inglés, resulta atractiva para nuestras fuerzas
vivas y empresariales, porque augura un sustancial crecimiento económico a
largo plazo de 0.2%, lo que lo ubica tan dentro de los márgenes de error, que
la proyección seguirá siendo exitosa aun si se mantiene en negativo.
Una
conclusión quiero llevar a los oídos de los académicos e investigadores de
Oxford: resulta preferible trabajar para el puertorriqueño. El empleo ofrece un
salario superior al más alto nivel mundial, apartamento de lujo, carro, chófer
y escolta policiaca. A esto se añade total indiferencia ante los resultados de
la labor, impunidad legal, no aplicación de la eliminación de la Ley 80 y
defensa a brazo partido por parte del gobernador y de una milicia de fotuteros
a sueldo. Estoy seguro de que luego de mi conferencia, muchos ingleses sentirán
que han visto una caricatura que no da gracia.
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