Sunday, March 25, 2018

¿Dónde están los obreros?



Columna de opinión de la escritora Mayra Montero publicada en el periódico El Nuevo Día del domingo 25 de marzo de 2018 disponible de manera digital en la página https://www.elnuevodia.com/opinion/columnas/dondeestanlosobreros-columna-2409083/

No considero fidedigna esa cifra del 40 por ciento de participación laboral en Puerto Rico, y que incluye a la gente que trabaja, más la que busca empleo. Quiere decir que el otro 60 por ciento, hábil para doblar el lomo, y que debería ser parte de la clase trabajadora, se queda en su casa y vive de la beneficencia federal.

Sobre esas estadísticas se ha construido todo un discurso social y económico, que básicamente es artificial. Cojea. No se corresponde con los hechos.

Hoy por hoy, trabaja mucha más gente que ese esmirriado 40 por cierto que dice el Gobernador y aceptan incluso los economistas, hasta las voces más independientes. Lo que pasa es que trabajan por debajo de la mesa, incorporados a la economía informal. Es verdad que reciben los beneficios del PAN, y muy probablemente otras ayudas federales. Pero eso, por sí solo, no les da para pagarse techo, vehículo, celulares, entretenimiento, enseres eléctricos y chucherías de todo tipo. Estoy cansada de ver a muchísima gente trabajadora —albañiles, peluqueras, mecánicos, empleados de pequeños negocios— entrar al supermercado, agotados luego de una larga jornada, a realizar la compra con la Tarjeta de la Familia. Los veo, los observo, miro lo que llevan, y sobre todo me fijo en cómo pagan. Un empleado de Costco me comentaba, el domingo pasado, que nunca había visto tantas tarjetas de la Familia como en estos días.

Téngase en cuenta que a los números de participación laboral se llega mediante encuestas.

La gente miente en las encuestas. En todas, eso lo sabemos de sobra. Pero cuando se trata de un asunto tan delicado como este, en que el encuestado teme que lo enreden y lo perjudiquen, su renuencia a decir la verdad es infranqueable.

No hay que esperar que confiecen que realizan alguna actividad laboral y perciben buena remuneración por ella, un dinero del que nadie sabe y ellos no dan cuenta. ¿O se lo van a decir al primero que llama, un encuestador que a lo mejor suena como inspector de Hacienda o funcionario federal?

Las estadísticas sobre participación laboral, ingresos y nivel de pobreza, están aferradas a esos números “oficiales”, que no valen ni el papel en que las imprimen.

Conste que estoy hablando de la economía informal “blanda”, a la que de un modo u otro contribuimos todos. Porque todo recurrimos en algún momento al mecánico que nos resuelve un pinchazo; al cafetín donde pedimos un refresco; al individuo que nos limpia el patio, y al que no le vamos a exigir ningún tipo de evidencia sobre el pago de impuestos. A raíz del paso del huracán, en las calles hormigueaba un ejército de camioncitos que repartían tanques de gas. La mayoría trabajaba por cuenta propia, no estaban afiliados a ninguna empresa, y su misión consistía en ir y venir de las fábricas de gas llenando los tanques de sus clientes. Yo creo que ganaron mucho, pero eso no aparece en los registros. Como no aparece tampoco la actividad de los recogedores de escombros, que hicieron su agosto. Esa es la economía informal “blanda”, como ya les digo. De la “dura” (o de las catacumbas), que genera mucho intercambio comercial, despepitados niveles de consumo, mejor ni hablemos.

Con ese panorama que describo, pienso que para lo que sí puede ser perjudicial ese mustio 40 por ciento de fuerza laboral activa, es para la movilización obrera que ya empiezan a convocar algunos sindicatos y partidos políticos, en respuesta a la Reforma Laboral del Gobernador. La pregunta que les tengo —y que no formulo de manera retórica o por fastidiar, sino desde la más elemental dialéctica—: ¿con qué obreros movilizan a la clase obrera?

De ese 40 por ciento de participación laboral, hay un porcentaje que en puridad “no participa”, pues al número se llega incluyendo a los que “buscan” trabajo, no solo a los que están trabajando. A fin de cuentas, restando y sumando, la tasa de participación real, formal, a lo mejor es de 30 o 35 por ciento. Otro tanto se mueve bajo el radar, pero con ellos no se puede contar para las protestas. Ya saben: están ocupados buscándose la vida y no tienen jefe, o lo tienen, pero tampoco está incorporado a la legalidad. Son parte de un engranaje muy aferrado a una cultura laboral suigéneris, poco dada a efusiones reivindicatorias.

Es un factor de peso en esta época, cuando se habla pomposamente de “refundación” del país. Un país no puede refundarse partiendo de presupuestos que están a mil millas de la realidad. Y que dependen de unas estadísticas que, por más buena intención que se tenga, no son fidedignas. Son burocráticas, asépticas, muy dadas a gráficas y muestras al azar, ajenas al intrincado meollo que se vive en la calle.

Todo eso, que es mucho, debe analizarse a la luz de la Reforma Laboral que está en el candelero. Lo demás es dogma y país imaginario. Dos paredes en las que se estrellan, por pura negación, demasiadas iniciativas políticas.

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