Tuesday, July 13, 2010

Tres esperanzas

Este artículo fue escrito el 17 de mayo de 2007 al amanecer.

Hace varios meses estuve escribiendo sobre cosas que considero muy interesantes y que, de una forma u otra, representan un legado para mí. Uno de esos temas es el relacionado al factor tiempo y en estos meses he recordado cuan valioso es. Han pasado cerca de veinticinco años en la que comencé un viaje que me proveyó experiencias valiosísimas e interesantes. Hoy me he levantado con la necesidad de escribir sobre mi experiencia como padre.

Apenas a los 20 años recién cumplidos tuve la noticia que sería padre. Mis mejores recuerdos están asociados a comprender cuan mágica es la experiencia y cuanto cambio trascendental a mi vida. Me había casado el tres de noviembre del 84 y, en septiembre del 85, nació Nelson Esteban. Para ese entonces trabajaba en la Compañía de Turismo en un adiestramiento que se ofrecía para obtener la licencia de Guía Turístico. Junto a otro compañero de Aguadilla íbamos los viernes a la escuela hotelera en Isla Verde y regresábamos el mismo día con un viaje que comenzaba a las 6 de la mañana hasta las 6 de tarde. El 6 de septiembre no tenía deseos de salir y menos ir a San Juan. En la tarde al llegar a mi casa habían comenzado las contracciones.

Me desesperé. No sabía qué hacer y fue cuando mi padre pasó a ser mi mejor apoyo. Nos movimos de inmediato al hospital. Allí estuvimos esperando mucho rato. Las contracciones venían y se iban en largos periodos. El médico indicó que entendía no había llegado hora. Era mejor que nos fuéramos y, cuando las contracciones fueran muy seguidas, regresáramos. Así hicimos. Esa noche nos quedamos en casa de mis padres, por si acaso. No fue hasta el sábado en la tarde que nuevamente comenzaron las contracciones más seguidas. Al anochecer salimos nuevamente en dirección al hospital. Mi madre y padre nos acompañaron. Al parecer, “el nene de casa” no podía ocultar la inexperiencia y nerviosismo.

Pasaron varias horas y nada. Mi madre y mi padre se fueron del hospital tarde en la noche. Yo pasé toda la noche junto a ella. Una de mis tías maternas, Ana, junto a su esposo Edwin, residía cerca del hospital. Ella se quedó conmigo hasta tarde en la noche. Luego mi tía y su esposo se despidieron. Al amanecer, cerca de las cinco de la mañana del domingo, regresó mi tía con café y desayuno. No sabe cuanto le debo por todo el apoyo. Ella me dijo que era mejor que me fuera pues no había descansado desde el viernes. Así hice y no sabía que mi madre iba camino al hospital para que descansara. No le había visto, pero mi tía se lo notificó.

Cuando llegué a casa de mis padres no podía contener el sueño. Descansé cerca de unas cinco horas consecutivas. Al despertar sonó el timbre del teléfono. Mi madre me decía preguntó si ya había comprado las flores. No sabía de lo que hablaba. Mi hermana mayor me dice que había iniciado el proceso de parto y que tenía que llevar flores. Mi desespero fue tal, que mi hermana había ordenado y solo había que buscarlas.

Al llegar al hospital estaba desesperado, nervioso y un poco desconcertado. Era papá. Cuando llegué al piso de maternidad mi padre estaba reluciente. Mi madre trataba de hablar por teléfono y entonces al verme, colgó el teléfono y me dijo “es un pelotero, Nelson, pelotero”. Salí al encuentro de aquel beisbolista. Una pieza tan pequeña, como color lila, retorciendo sus extremidades. Era Nelson Esteban. Nació el día de la Santa Patrona de Moca: la Virgen de la Monserrate. ¡Qué experiencia!

Cerca de dos años más tarde, para septiembre del 1987, me indican que el segundo estaba ordenado. No tenía más de 22 años cuando ya había hecho otra orden. Así en junio del 1988 comenzó su travesía Juan Arnaldo. Para esa época trabajaba como guía turístico del Parque de las Cavernas del Río Camuy. Todavía no había terminado mis estudios y solicité readmisión a la UPR Mayagüez. Sabía que, con un segundo hijo, era necesario salir del lugar que estaba para darle algo mejor a una familia.

Recuerdo que mi esposa había ido a una visita rutinaria al ginecólogo. Ella me dijo que estaría en la oficina y que cualquier cosa me llamaba a casa de mis padres. Estando en la espera me llama para que la buscara, pero que no llevara a Pachito (nombre de pila que le dimos a Nelson, luego este nombre se acortó por todos y se quedó Pachi). Entonces, cuando llego a la oficina del ginecólogo, me dice que teníamos que ir directo al hospital en Mayagüez. Había llegado el momento. Salimos a toda prisa hacia el hospital. Muchos pensarían que ya tenía experiencia, bueno experiencia con el primero, no con el segundo.

Al llegar al hospital, ella fue directa a maternidad mientras yo llenaba los documentos de rigor. Cuando subo a maternidad, el doctor sale y me pregunta “¿tenías una niña verdad?”. Contesté que no y me dice “pues ya son dos”. Mi rostro se confundió de expresiones. Estaba solo en Mayagüez pero comencé a llamar a todo el mundo. El parto fue algo tan rápido, al extremo de que llegamos a que había ocurrido el proceso. Fue en un cerrar y abrir de ojos. Una experiencia muy distinta a la primera. El médico me indicó que ya traerían al niño y lo pudiera ver. En unos minutos veía a esa bolita blanca, fuerte, se movía lento en todas direcciones. Juan Arnaldo se unía a la carrera por la vida. Luego de varias horas llegaba el contingente de familiares.

No obstante, para el mes de mayo del 1991, después de pasar por unas experiencias que comentaré en otro espacio, el tercer encargo estaba en proceso. Cerca de los 26 años de edad sería padre por tercera ocasión. Fue un momento muy extraordinario. Ya habíamos decidido que ese sería el cierre de la fábrica.

Desde temprano en la mañana del 14 de febrero, mi esposa me había indicado que tenía como una cosquilla constante. Según ella no eran contracciones. Era una incomodidad. Salimos en la noche para el velorio de su bisabuela. Había dejado a Nelson y Juan en casa de mis padres al decidir que pasaríamos la noche velando. Salimos como a las 12 de noche. Sin embargo, en la madrugada me despertó un fuerte olor a café. Había llegado a hora.

Salimos directo al hospital en Mayagüez y entramos por la sala de emergencia. Allí enviaron a maternidad a mi esposa. Por mi parte a llenar el papeleo. Estuve muy nervioso pues el embarazo no había sido típico. La criatura quería salir a los seis meses y los médicos tomaron las medidas médicas para aguantarlo un par de meses. Por otro lado, la experiencia con Juan me hacía pensar que sería rápido. Me equivoqué. Pasaron más de seis horas antes que saliera aquel médico, con acento español, y me notificó que todo había salido bien. Me dijo que “para ser primeriza se comportó excelente”. Le dije que no era primeriza, era su tercer parto. Entonces me dice que era niño.

Le pregunté si le había notificado a mi esposa. Ya habíamos acordado cerrar la fábrica, pero ella soñaba con una beba. Entonces me permitió entrar al cuarto de recuperación. Allí ella no pudo contener el llanto. Solo le dije que no cerraríamos la fábrica. Lo intentaríamos nuevamente. Cuando observé aquel bebé trigueño, moviéndose de un lado para el otro y en llanto, sabía que iba a ser el más inquieto de los tres. Juhnnel Omar completaba el quinteto.

En una ocasión, platicando con mi padre le dije que “conmigo se mantendría el apellido Vera, por lo menos en otra generación”. Él muy jubiloso me dijo “con tres oportunidades al bate”. Tres Reyes. Tres esperanzas. Tres razones de por qué vivir y mantener la lucha constante hacia delante.

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