Sunday, December 3, 2017

Castillos de Arena


Columna del escritor y periodista Benjamín Torres Gotay en el periódico El Nuevo Día del domingo 3 de diciembre de 2017, disponible en el enlace





Como una ola que arrasa un castillo de arena que había sido construido con mucho esmero, dejando apenas los cimientos, el huracán María barrió con lo que quedaba de los contornos del Puerto Rico que conocíamos hasta ahora.  Esos contornos, lo sabemos, venían siendo desdibujados hace tiempo por la debacle económica, por el desplome de las instituciones del Estado y por la ausencia de legitimidad del régimen colonial bajo el cual hemos vivido por toda nuestra historia, aunque se le hubiera querido maquillar en el 1952. 

María acabó con lo poco que quedaba. Nos dejó un país mucho más pobre, con posiblemente hasta el 60% de sus habitantes bajo el nivel de pobreza, una cifra que no veíamos aquí desde el 1980, según un análisis del Centro de Investigaciones Censales de la Universidad de Puerto Rico (UPR) en Cayey. Nos deja un país con mucha menos gente, con cientos de miles yéndose a Estados Unidos, llevándonos a menos tres millones de habitantes por primera vez desde 1970. 



María nos dejó un país con la economía en ruinas, con una reducción en la actividad económica que  puede llegar hasta un espantoso 15%. Quedaron, a la vera del derrumbe, miles de negocios cerrados y posiblemente hasta 15,000 compatriotas sin medios para llevar el pan a los suyos. Nos deja un país con la infraestructura destruida y sin dinero para reconstruirla. Nos dejó un país atónito, herido, en franca crisis de identidad, que no sabe ni por dónde empezar a caminar de nuevo. 

Nos toca, entonces, hacer acopio del panorama,  caminar entre las ruinas humeantes, superar la decepción, el dolor y la rabia y ver por dónde se puede empezar a construir de nuevo un país que ofrezca a la mayor cantidad posibles de sus habitantes la posibilidad de alcanzar una vida digna. 

No va a ser fácil, sobre todo porque para reemprender el camino hay que reconciliarse primero con varias dolorosas verdades que contradicen mucho de lo que se ha tenido aquí por dogma por generaciones. 

Lo primero es que los recursos que va a tener el gobierno de ahora en adelante van a ser mucho menos de los que ha tenido hasta ahora y eso de alguna manera nos va a impactar  a todos. Ya no va a poder ser, aunque quiera, la mamá grande que va a tener cómo cuidarnos a todos. Los puertorriqueños vamos a tener que aprender a resolver algunos problemas por nuestra cuenta, a tener más iniciativa, a ser más proactivos. 

Eso tiene que aprenderlo el país y estar vigilante, porque no hay ninguna razón para creer que cuando haya menos recursos, lo que haya serán para quienes más lo necesiten. La experiencia ha demostrado hasta ahora, demuestra incluso en lo poco que se ha visto después de María, que primero va la gente cercana al poder  y después los necesitados. Esa infame práctica que hemos visto aquí por décadas no ha cambiado hasta ahora y si no velamos sigue pasando. Incluso, ahora hay que velar más que antes porque ya no habrá paralos dos, como llegamos a creer que era el caso. 

Lo segundo (o quizás lo primero, eso que lo decida el lector) es que no se puede seguir mirando a Estados Unidos para que nos resuelva todos nuestros problemas. 

Han pasado hoy 74 días de María y todavía es la hora que en Estados Unidos no hay ni siquiera una propuesta formal para la asistencia especial que la isla necesita para emprender una reconstrucción que nos permita resistir en mejores condiciones el próximo huracán que, inevitablemente, tarde o temprano llegará. 

De lo único que se ha hablado es de los controles para que las autoridades locales no despilfarren lo que se dé, si algo se termina dando. El Gobierno ha pedido $95,000 millones. Hubo una asignación de $44,000 millones, que el Congreso no ha atendido, pero que es también para Houston, Florida, Islas Vírgenes y California.

Encima de eso, las dos cámaras legislativas federales aprobaron una reforma contributiva que obligaría a las industrias estadounidenses que operan aquí a que paguen un arancel por llevar sus productos a Estados Unidos. Todo el que ha analizado eso seriamente dice que ese arancel puede costar hasta unos 70,000 empleos directos. Sería, han dicho algunos con mucha razón, más devastador incluso que el huracán María. 

La medida todavía tiene que ser discutida entre las dos cámaras antes de su aprobación y quizás ahí se le tira algo a Puerto Rico. Pero no deja de ser inquietante, y extraordinariamente revelador, que la medida haya sido aprobada por las dos cámaras sin que ninguna se haya percatado, o, peor, no le haya importado, el puño al estómago que eso puede representar a la economía puertorriqueña. Acá vivimos obsesionados con Estados Unidos. Allá hay que tocarlos por el hombro para recordarles que existimos.  

Eso se une al desdén por el resultado de dos consulta de status que, con todos sus defectos, que son muchos, arrojaron resultados que se pueden interpretar como favorables a la estadidad, a la manera en que nos trataron cuando no se pudo pagar más la deuda y a cómo nos hicieron esperar hsta lo último por una medida que evite que nuestro sistema de salud se quede sin dinero y es obligada la conclusión de que Estados Unidos ha empezado a desentenderse de los problemas de Puerto Rico. 

Puede ser el resultado del despilfarro, la dejadez y la corrupción de décadas con lo que ya recibíamos. O puede ser que ya no le importamos tanto como alguna vez. Pero no se puede evitar concluir que el nuevo Puerto Rico tiene que configurarse pensando en una nueva manera de relacionarnos con Estados Unidos.

 Hay más, pero solo en esos tres aspectos, un país con menos recursos, obligado a tener un gobierno más pequeño y, ojalá, quieran los electores, menos corrupto, más una manera distinta de aproximarse al tema de Estados Unidos, hay tres verdades dolorosas con las cuales nos toca lidiar en el complicado mundo pos-María.

 Veamos y entendamos, no vayamos a terminar de nuevo, construyendo castillos de arena.

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