Hace dos años escribí una columna parecida a esta.
Hace dos años conté por primera vez la historia de cómo la hija de un
carpintero y una trabajadora doméstica logró llegar a la Universidad de Puerto
Rico y hacerse de un doctorado. Hace dos años, una niña en extrema pobreza, sin
posibilidad de progresar y lograr movilidad social alguna, fue rescatada y
acogida por profesoras y programas que le permitieron lo que la Middle States
Association y el Plan Estratégico 2017-2021 describen como “Éxito Estudiantil”.
Lograr el
éxito estudiantil supone proveerle al estudiantado las condiciones, servicios y
competencias para acceder a la universidad, permanecer en ella hasta completar
un grado o profesión; que luego le permita salir a su comunidad a trabajar y
lograr sus aspiraciones ciudadanas y profesionales; y ser una persona de bien,
que trabaja para el bien común.
Dos años después de contar esa historia, formo parte
de ese ejército de soñadores, como diría el Subcomandante Marcos, que sale
todos los días a buscar esos cientos, miles, millones de pobres que aspiran y
luchan por llegar a la universidad y burlar su destino: el de jamás salir de la
pobreza, el de nacer y seguir siendo empobrecidos.
Esa condición que cada gobierno y cada sociedad
determina para ellos y ellas, aunque le vendan el sueño del “you can if you
wish”.
Como dije hace dos años, la universidad no está hecha
para los pobres. Aunque parte de su misión reza que “debe desarrollar cabalmente
la riqueza intelectual y espiritual latente en nuestra gente para que la
inteligencia y el espíritu de esos individuos excepcionales que surgen en todas
las esferas sociales, especialmente aquellos menos favorecidos económicamente,
se puedan poner al servicio de la comunidad puertorriqueña”, su práctica y
algunos de los agentes que se asignan para gobernarla, la anulan e
imposibilitan.
Demasiada politiquería, demasiada burocracia y
demasiados intereses mezquinos se entrometen para entorpecer su trabajo. Aun
así, miles de trabajadores y trabajadoras logran saltar obstáculos de todo tipo
para hacerla la mejor universidad de Puerto Rico y el Caribe.
Podría ser de las mejores de América Latina y por qué
no, de las mejores del mundo. Tiene el potencial en sus gremios y de hecho lo
es en muchas de sus disciplinas. Pero el entrometimiento de quien nunca debe
pisar ese espacio llega todos los días a busconear el contratito y el
proyectito, pensando que lo va a sacar de su pobreza intelectual y espiritual. ¿Se imaginan si la dejamos tranquila
haciendo lo que es, lo que sabe, lo que puede hacer por Puerto Rico? ¡Podría
sacarnos de nuestra estructural pobreza para gestar lo común!
A veces ocurre un “milagro”, decía el sociólogo Pierre
Bourdieu, que cambia el habitus de
ese ciudadano y le permite a un pobre entrar en otro círculo, otra clase
social, otra posibilidad de vida: un joven es becado, acompañado, le curan las
heridas de la violencia institucional de la pobreza y facilitan su inserción en
un laboratorio de biología, en un teatro, en la historia de otros mundos
posibles o en la sabiduría acumulada de cinco mil años.
¿Qué tal si hacemos de casuales y casi accidentales
milagros, la tarea diaria de este país para salir de la pobreza extrema
económica, social, ambiental y familiar? ¿Qué
tal si, deliberadamente, conspiramos para el bien, para que sea la Universidad
de Puerto Rico la que geste lo común y nos garantice un país de jóvenes que
logran el éxito estudiantil, su transformación y el desarrollo de nuestra
sociedad?
Si
estamos de acuerdo, respetemos su autonomía.
No comments:
Post a Comment