No se les
olvidó llamar la prensa, porque eso no puede faltar. Antes, habían hecho un
hashtag, un lema y afiches bien bonitos. Después, pusieron cuatro generalidades
en el documento, lo firmaron en una pomposa ceremonia y dieron, cada uno,
discursos encendidos en patriotismo y pasión.
Eso fue el pasado 15 de
mayo en el Capitolio. Allí se firmó el llamado “Pacto para el Diálogo por
Puerto Rico”. Participaron representantes de los tres partidos políticos
inscritos, presidentes de universidades y unas veinte organizaciones
empresariales, sociales y sindicales.
Firmaron, entre otros,
los presidentes de Cámara y Senado, Jaime Perelló y Eduardo Bhatia; los líderes
del Partido Nuevo Progresista (PNP) Jennifer González y Thomas Rivera Schatz; y
la portavoz independentista en el Senado, María de Lourdes Santiago. Prometían
dialogar para encontrar juntos soluciones a nuestros problemas.
Una hora antes de la
ceremonia, estaban en la pelea de perros de siempre. Colgaron los guantes un
momento, hicieron la ceremonia y se cantaron hermanos y llenos de amor
fraterno. Una hora después de la ceremonia, y hasta el sol de hoy, siguió la
pelea de perros de siempre.
Parece que mucha gente
no tiene idea de cuánto daño le hace al país esa interminable confrontación.
La guerra santa, los
discursos apocalípticos y tremendistas, la estridencia en el debate público, la
demonización continua del rival, la dañina práctica de derribar todo lo que el
otro haya hecho, la negativa a reconocerle cualquier mérito, el más mínimo
incluso, al contrario, todo eso es la causa de la paralización que sufre el
país y del grave deterioro del discurso y las instituciones públicas.
De vez en cuando,
personas sensatas convencidas de que nuestros graves problemas solo se pueden
solucionar mediante una alianza patriótica entre las fuerzas políticas reclaman
un acuerdo en el que se pacten unos acuerdos mínimos que garanticen el avance
del país independientemente de quien gane las elecciones. Reclaman, por
ejemplo, un plan económico, educativo y de seguridad a largo plazo, con el que
estén comprometidos todos los que aspiren al poder.
Así es que han logrado
avances otros países. Sus fuerzas políticas se destasajan las unas a otras en
contiendas electorales, pero hay cosas esenciales para el desarrollo de los
países con las que no se meten. Los planes educativos y económicos, por
ejemplo.
En Puerto Rico no hemos
logrado ni eso. No hay nada, absolutamente nada, en lo que los partidos puedan
ponerse de acuerdo. Es muy difícil alcanzar cualquier logro importante en estas
circunstancias, porque lo que cada cual intenta el otro lo obstruye, lo
sabotea, termina dañándolo. Mas si por voluntad o casualidad alguno lograra
algo importante, el que viene después de los destruye.
Los creadores del
“Pacto para el Diálogo por Puerto Rico”, por mencionar solo un ejemplo, pues ha
habido otros intentos similares en el pasado y de seguro los habrá en el futuro,
intentaron revertir esta ruta de locos. Pero se quedó en eso, en palabras, en
discursos bonitos, en buenas intenciones sin duda, porque falta la voluntad
para darle de codo a los extremistas que tienen secuestrado al país y trabajar
hombro con hombro por el futuro de Puerto Rico.
Desde que se firmó el
pacto, no ha habido una palabra más al respecto. Unas semanas antes de la firma
del pacto, el gobernador Alejandro García Padilla había dado a conocer el
informe de un comité de ciudadanos que designó para que le ayudara a encontrar
soluciones a nuestros principales desafíos. El comité, de muy buena fe, hizo su
trabajo y presentó sus recomendaciones. Pero se quedaron, igualmente
engavetadas.
Lo que ocurre es
sencillo. La crisis que atravesamos no se va a solucionar de la noche a la
mañana y a la clase política no le interesan alternativas así porque, en la
manera demente en que aquí se hace política, los problemas tienen que
resolverse con un chasquido de los dedos. El político en el poder que diga que
necesita de la oposición para resolver un problema, o del bando contrario que
diga que hay que apoyar X o Y iniciativa del que gobierna, es tildado en el
acto de traidor y devorado sin misericordia por las jaurías que componen las
maquinarias de los partidos y que tienen el control de quién resulta electo y
quién no.
No se equivoquen. Hay
gente sensata en ambos partidos. Lo disimulan mucho porque la sensatez, en este
país, puede costarle la carrera política al más lindo. Están de manos atadas
porque los yihadistas en las estructuras partidistas son más y, al estilo de
los extremistas de ISIS en Oriente Medio, son capaces de decapitar en público
al que dé la menor muestra de flexibilidad.
Todos sabemos quiénes
son los yihadistas. Los hay en los dos partidos. Los escuchamos en la radio a
diario, los leemos en las redes sociales, con su gritería y su demagogia
repugnante. Hablan tan alto, que si uno baja la guardia, puede llegar a pensar
que todo el país es así. No, no lo somos. Son solo ellos, que no son pocos,
claro está, pero tampoco son la mayoría.
La mayoría somos los
que queremos al país más que a cualquier partido y sabemos que todos somos
necesarios para avanzar. Y empezaremos a avanzar cuando saquemos del medio a
los extremistas. Cuando los convirtamos en una minoría inconsecuente. Cuando no
tengan el control de los partidos políticos. Cuando su prédica de odio carezca
de toda resonancia. Cuando nadie les aplauda ni les celebre el discurso
divisivo, atorrante y estridente.
Cuando comprendamos que
nos necesitamos unos a otros para sacar al país de este atolladero histórico
que, créalo o no, amenaza nuestra viabilidad misma como sociedad.
Entonces, solo
entonces, iniciativas como el “Pacto para el Diálogo por Puerto Rico” valdrán
más del papel en que se escriban y de las buenas intenciones de quienes lo
impulsen. (benjamin.torres@gfrmedia.com,
Twitter.com/TorresGotay)
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